ESTAMOS tan acostumbrados a las victorias de Rafa Nadal que quizá ya no les prestamos la atención que merecen. Y cada vez que oímos decir que ha ganado un torneo importante, mucha gente se encoge de hombros, como si la noticia fuera tan habitual como una alerta amarilla por el calor en pleno mes de julio. Pero una victoria en un torneo importante es un asunto muy serio. El tenis es el deporte actual que más se parece a un antiguo desafío a espada -o a pistola-, en el que un guerrero se jugaba la vida por una cuestión de honor. Por eso tiene un aura shakespeariana que no tiene ningún otro deporte, tal vez con la excepción del ciclismo y la escalada.

Y ahí es donde aparece la grandeza de Rafa Nadal. En el tenis uno se mide contra los demás, pero sobre todo se mide contra sí mismo. Lo difícil no es llegar a la cima -cosa que está al alcance de cualquiera que reúna los requisitos técnicos y físicos-, sino permanecer en lo más alto durante mucho tiempo sin caer en la soberbia ni en la indolencia ni en el menosprecio hacia los demás. Lo más difícil, lo que exige un temple casi de guerrero homérico, es escuchar cada día que eres el mejor, al mismo tiempo que una poderosa voz interior te dice lo contrario: "No te lo creas, no te lo creas". Y para eso hace falta ser una persona muy especial: sobria, disciplinada, madura y humilde. Y aunque tenga 20 años, un buen jugador debe saber pensar como si tuviera 60. Como hace Rafa Nadal.

Un Cristiano Ronaldo o un Maradona no habrían aguantado ni un año en la cumbre del tenis. Sí, de acuerdo, podrían haber derrotado a los demás, pero no habrían sido capaces de derrotarse a sí mismos. Lo más difícil de un campeón es aprender a controlar el ego que le ciega con la creencia de que es invulnerable. Un buen campeón sabe que lo más peligroso no es el revés del rival, sino la tentación de pasearse ante los fotógrafos de moda en vez de estar ensayando un saque a las doce de la noche, en la soledad de una pista de entrenamiento donde cada bola que choca contra la pared te repite la misma pregunta: "¿Cómo es posible que estés perdiendo el tiempo aquí, pudiendo estar con Miss Universo en una pista de baile?".

Por último, el éxito de Rafa Nadal no se explica sin la educación que ha recibido por parte de su familia y de todos los que le rodean. Educar a un hijo exige una dedicación que muy pocos padres actuales están dispuestos a tener. Pero toda la familia y todos los que rodean a Rafa Nadal han sabido enseñarle a ser quien es. Ni un solo día han descuidado sus deberes (que eran los deberes de Rafa Nadal). Y ni un solo día -y esto es lo más importante- han dejado de decirle: "No te creas nada de lo que te dicen". Qué falta nos hace la gente así en esta sociedad tan acostumbrada a los caprichos y a las quejas estúpidas.

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