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Tiempos modernos

Bernardo Díaz Nosty

Obama, más cerca

LAS primeras impresiones sobre la cumbre del G-20 son mucho más esperanzadoras de lo que a priori se esperaba, y deben contribuir a desvelarnos el cómo y el cuándo de la salida de la crisis. En Londres, por encima de otros aspectos, se ha percibido el protagonismo creciente de Obama. ¿Se imaginan a Bush y el espíritu de la vieja política enderezando un fiasco del que fue, sin duda, uno de sus artífices? Un alivio en la oscuridad.

Para muchos europeos, decepcionados por la incapacidad de las políticas nacionales y la debilidad del liderazgo comunitario, Obama transmite más confianza que todas las declaraciones juntas de los mandatarios de la Unión. Bien porque la gente quiere oír mensajes positivos o porque el talante del americano comunica serenidad y sensatez.

El liderazgo de Obama, cuya política exterior es favorable a una estrategia geopolítica multipolar, pudiera acrecentar el protagonismo estadounidense, esto es, la unilateralidad, fundamentalmente por la escasa interlocución del resto de los líderes nacionales. Obama polariza el emprendimiento y la innovación política -su campaña desenmascaró las causas de la crisis-, mientras que casi todos los mandatarios que ayer le rodeaban en la capital británica eran, de algún modo, perdedores y cómplices por omisión y mal gobierno de las circunstancias que condujeron a la quiebra.

Durante los años de la Guerra Fría, los liderazgos se asentaban en políticos que unían a su fuerte personalidad la condición de estadistas. Había estadistas en Francia, en Estados Unidos, en el Reino Unido, en Rusia…, hasta en el Vaticano brillaba la autoridad de los papas, hoy tan a la deriva en una crisis no muy distinta de la que conocen otros liderazgos en las postrimerías de los estados nacionales. La Europa que el tiempo une irreversiblemente, se aleja de aquellas referencias y descubre a débiles mandatarios mediáticos, entre los que Berlusconi alcanza el esperpento. No aflora el líder de la unidad europea y los gobernantes nacionales empiezan a parecerse demasiado a nuestros administradores autonómicos.

Vivimos un cambio de escala. Nunca una crisis había sido tan global, ni la inmediatez de sus consecuencias tan uniforme en el conjunto de las naciones. En la operación de acordeón que nos sacará de la crisis económica, quien asuma el protagonismo de la recuperación, y más aún si en ello va el rescate de valores éticos y cívicos, estará más cerca de orientar el liderazgo en nuevas formas de consenso planetario. Obama aparece, cada vez más, como ese líder global, pero necesita -esa es la diferencia de los nuevos tiempos- apoyarse en la multilateralidad, en un diálogo de civilizaciones para el que ha empezado a prescindir de interlocuciones menores. Siempre lejos de las famosas hazañas bélicas de los cruzados de las Azores.

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