CAMPEÓN, el Real Madrid; y de forma merecida, oiga, que hay que ver lo poco que se equivocó el equipo blanco, sobre todo en una segunda vuelta para la historia. Nadie hubiese apostado por su triunfo aquella noche decembrina en que la orquesta de Guardiola pasaba por encima de la tropa de Mourinho a las mismísimas orillas de la Castellana. Era el enésimo baño del Barça al Madrid en una era que termina el día 25 en el Calderón, fecha en la que el Noi de Santpedor se despide del banquillo que tanto lustró. Y pasó que entonces nadie daba un duro por un Madrid campeón, pero roló el viento y he ahí el resultado.

Autoritario, con una pegada implacable, rocoso en defensa y con el brillo delante de sus hombres de vanguardia, el Real volcó la situación mediante un ritmo como de paso de oca mientras que el Barça era pasto de lesiones de larga duración y hasta de algún problema de más calado médico. Decía Guardiola a la terminación del partido con el Málaga que habían sucedido cosas que el Barça no había querido denunciar y me imagino que tendrá que ver con decisiones arbitrales que también deberían entrar en el apartado ominoso del villarato. Eso lo dejó entrever después de felicitar al rival y de afirmar que su triunfo era de todo punto merecido.

¿Quiere decir este éxito madridista que pendulazo habemus y que el ciclo de triunfos culés toma el puente aéreo? No diría yo tanto; si acaso puede ser que haya nacido una rivalidad más pareja mediante la vieja conseja de que el fútbol rácano sea más incómodo al de alta escuela. Por lo pronto, hace unos días en el Camp Nou ya dio sus frutos eso de ir al éxito mediante la acumulación de nueve, o diez, hombres por detrás del balón y a confiar en la pegada de los astros. Ojalá estemos ante eso, una mayor paridad, por el bien del fútbol y por puro agradecimiento a lo que el Barça nos ha regalado en estos últimos años. Y a todo esto, felicidades al Real Madrid, justo ganador.