con efecto

Javier / Mérida

Opinión: Cuando el pulso del escribano se vuelve más firme

SI decir que todos los entrenadores ayudan a ganar o contribuyen a perder partidos con sus decisiones es más que un aserto, habrá que colegir que el buen entrenador es el que acierta la mayor parte de las veces y raro es cuando se equivoca.

En ese sentido, y en muchísimos otros, Pepe Mel es un técnico excepcional. El enfoque de la semana de trabajo en su laboratorio de Los Bermejales, la elaboración de sus alineaciones y sus cambios durante los partidos suelen ser intachables, pero, como buen escribano, echa algún que otro borrón y, además, habitualmente por idénticas causas. A saber: al competente entrenador madrileño le cuesta ver un once distinto en el partido que sigue a una victoria y, encima, siempre apuesta a ganador. Algo de eso le ocurrió el viernes ante el Granada. Con Rubén Pérez ansioso por medirse ante Iriney y con casi medio equipo en tenguerengue tras jugar cuatro días antes en Getafe, optó por no menear lo que funcionó, cuando además hubiera refrescado a más de uno -léase Salva Sevilla y Juan Carlos- para el derbi. Y, luego, a raíz del empate de Rubén Castro, lo envolvió su rapto de osadía, cuando la situación quizá demandaba algo impensable en un ganador como él, guardar la portería de Adrián y esperar una contra aislada o una jugada de estrategia. Justo lo que hizo el Granada.

Pero en el escribano Mel no caben dobles lecturas y ya en su día se le advirtió una apuesta valiente que no baladrona, convencido de que es mejor pecar por exceso que por defecto. En ésas afronta el de Hortaleza el derbi, uno de esos partidos cruciales en los que su pulso se reafirma, máxime si esa diminuta mácula ha obrado como espoleta para multiplicar su ansia de triunfo con el Betis.

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