POR fin. Para la ceremonia inaugural de Beijing sólo restan horas. Zhang Yimou en vena. Casi nada. Aunque algunos aguafiestas sólo estén pendientes de las páginas de Internet capadas, de la contaminación y la seguridad. Con permuiso de Amnistía Internacional, que celebra un encuentro sobre derechos humanos en los Cursos de Verano de la Complutense, me referiré estrictamente al fenómeno mediático y televisivo.

A lo largo de nuestras vidas la pequeña pantalla solamente nos ha dado seis ocasiones de ver un acontecimiento semejante. Sólo seis. Una insignificancia. Sólo seis ceremonias inaugurales íntegras. En color. Emitidas en unas condiciones técnicas envidiables. Los Angeles, Seúl, Atlanta, Sydney, Atenas y Barcelona, la única de la que algunos tienen recuerdos nítidos.

Y es verdad que salió redonda. Y es verdad que los desfiles de las ceremonias de Barcelona 92 con las músicas de Carles Santos y del ya fallecido Josep María Bardagí, el montaje furero, el arquero Rebollo, nos regalaron instantes mágicos.

Pero había un precedente en los fastos de Los Angeles, en la primera madrugada olímpica que vivió España con la televisión en color, ya que la de Moscú 80 fue censurada. Aquellos cincuenta pianos interpretando a Gershwin, el himno de John Williams, la llegada de los colonos nos llevaron al mejor de los musicales. La de Seúl 88 fue muy poco entendida por estas latitudes y la de Atlanta, la inferior de las vistas hasta el momento.

A Atenas no se le dio el aprecio merecido. Ahora, en cuestión de horas, llega Pekín, con toda su fortaleza. Merecería que el viernes nos dejemos imbuir por Oriente. Ese gran desconocido.

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