¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Endecha por la muerte del árbol de Santa Ana
CUANDO el arbitraje en España estuvo más bajo sospecha, léase principios de los setenta, en una asamblea del fútbol, un presidente, escandalizado, denunció que estaba comprobado que había árbitros que se vendían. Entonces, el dirigente de un club de clase media argumentó tajantemente para dejar callado al auditorio: "Si hay árbitros que se venden es porque hay clubes que los compran y esos clubes están en este salón".
Se hizo el silencio e inmediatamente se pasó al siguiente punto del orden del día. Ahora, y gracias al interés que ha puesto en el empeño Javier Tebas, se están descubriendo compraventas de las que ya sospechábamos. Levantados, aunque parcialmente, los secretos del sumario, nos enteramos de detalles que sólo intuíamos. Y lo cierto es que, como una cereza trae engarzada varias más, nos estamos encontrando con que el fútbol español vive sobre una descomunal sentina.
Nunca consideré pecado el incentivo de terceros para ganar; es más, hasta creo que impide que la competición se desvirtúe por falta de estímulo. Ahora bien, trincar por dejarse ganar es para que los corruptos salgan inmediatamente del fútbol por la puerta más vergonzante. Carlos Suárez, el muy competente presidente del Valladolid, está dando pelos y señales que no pueden ignorarse. Habla desde el daño de tres descensos pucelanos con espurias compraventas por medio.
Y en una considerable cantidad de casos de corrupción se encuentra metido Osasuna, lo que abre un melón de incalculables dimensiones. Osasuna siempre ha tenido cartel de honestidad a machamartillo y de cuentas transparentes, hasta el punto de que logró esquivar la nociva Ley de Asociaciones Anónimas para, con Barça, Madrid y Athletic, continuar como club meramente deportivo. Tras lo que se está descubriendo, ¿seguirá con ese estatus el ex ejemplar club navarro?
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