Cuarto de Muestras

Oscuras golondrinas

El hombre que una vez tuvo poder sigue hablando no como si fuera a volver a obstentarlo sino como si no lo hubiera perdido nunca

Dicen que el pasado siempre vuelve. No lo tengo claro. Sí parece que es el hombre quien mira para atrás y quiere volver obstinadamente al pasado, sobre todo si tuvo algo de poder cuyo veneno le queda inoculado de por vida. Poco importa que, de ese poder que sólo detentan los escogidos, hayan sido expulsados bien por la voluntad popular bien por una sentencia que, una vez firme y contraria, resulta siempre injusta.

Ahí está Berlusconi, ensayando escenas incomprensibles para una película surrealista y desbordada de Sorrentino; ahí está Donald Trump, que aún no ha asumido que perdió las elecciones, volviéndolo a intentar mientras registran su casa y elaboran un guión para Tarantino. Aquí está Pedro Pacheco apoyando indultos ajenos y esperando el propio mientras deshoja la margarita de la vuelta a la Alcaldía de Jerez, ciudad decadente que le encanta y le pide a gritos en las conversaciones de los bares que vuelva. Dicen que va por la calle cantando la ranchera Volver, ese "nos dejamos hace tiempo, pero me llegó el momento…voy camino a la locura porque todo me tortura, sé querer". A mí me gustaría que volviera Boris Johnson, con sus fiestas y su pelo alborotado como en la canción de la chica yeyé de Conchita Velasco. Veremos.

De volver los que más saben son los toreros, que por algo cuando se visten de luces paran, mandan y templan su vida, y la de los toros -cuando se dejan-. Los matadores se cortan la coleta, pero nunca la tiran. Ahí está la memoria viva de Antoñete, que hizo de su vida un ruedo hasta la vejez, un círculo en el que no paraba de volver y volver con su terno rosa y su mecha blanca y pura en el pelo.

No crean que esto de volver es moda actual, en la literatura tenemos el mejor ejemplo en la biografía de Fouche, escrita por Stefan Zweig, que describe a la perfección la capacidad que tuvo este político de nadar en las procelosas aguas turbias del poder de su tiempo, desde la Revolución francesa al Imperio napoleónico hasta la Restauración borbónica en Francia. Seguro que hay muchos más ejemplos, pero estos son los más las interesantes.

Por eso, quizás, el hombre que una vez tuvo poder sigue hablando no como si fuera a volver a obstentarlo sino como si no lo hubiera perdido nunca, como si hiciera no para los gobernados sino para completar su biografía, para la posteridad. Lástima que los del pueblo seamos simples mortales.

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