la tribuna

Antonio Montero Alcaide

Panacea en la rebotica

23 de mayo 2012 - 01:00

LA rebotica, además de desahogo de la oficina de farmacia para solaz de la tertulia y remanso de la dispensación, es también un altillo del ánimo donde cada vez se acumulan más razones para la desazón de los farmacéuticos. Bien miradas las cosas, en el ejercicio de éstos se cruzan dos identidades: la de un profesional de la salud, experto conocedor de los medicamentos, y la de un empresario que regenta el negocio de una oficina de farmacia y, por esto mismo, ha de considerar perspectivas de rentabilidad, eficiencia, calidad en la prestación del servicio y remuneración adecuada al carácter de la actividad.

La primera identidad del farmacéutico, la genuinamente profesional, bebe de las fuentes del mito para sustanciarse en su solvente formación. Que se sabe de un centauro, Quirón, al que la mitología griega atribuye prolijos conocimientos, entre otros, de las virtudes medicinales de las plantas, de la medicina y de la cirugía, además de resultar más afable que sus testarudos y sobresaltados congéneres. Claro que de los paseos del centauro por el monte Pelión, en Tesalia, aplicado al escrutinio de las plantas, a la apertura de una farmacia en horarios cada vez más crecidos, media tanto el linaje de los dioses clásicos como las más domésticas y mundanas coyunturas de esta posmodernidad de dioses menores y aprendices de brujo.

Porque la sabiduría del amable Quirón fue transmitida a un hijo del versátil Apolo, Asclepio, dios de la curación, que suele representarse apoyado en un bastón donde se enrolla una serpiente. Así como a la hija de éste, Hygea, diosa a su vez de la salud y la higiene, que cambia el bastón de su padre por un cuenco del que bebe la serpiente, tal como aparece en el anuncio de muchas oficinas de farmacia. Y es que las serpientes tienen un ambivalente modo de ser estimadas en la antigüedad de los mitos y una parentela directa con la farmacia, ya que el veneno o el hechizo que precede al medicamento, el pharmakon, es propio de la serpiente. Además, lo mismo simboliza los enigmas ocultos de la tierra por la que se arrastra, que las tentaciones del mal, justo por ser sabia y embelesar con el conocimiento.

Pero el linaje continúa, para dar carta de naturaleza a los proverbiales saberes farmacéuticos, cuando Hipócrates deja atrás a los curanderos y taumaturgos ambulantes, aprovisionados de misterios y encantamientos órficos, para conformar la medicina con tres terapias precursoras: la de los alimentos, el ejercicio y la forma de vida, en la dietética; la debida a la manipulación del cuerpo y al uso de las manos, de los quirúrgicos; y, por lo que aquí nos interesa, la que trae causa de la adecuada administración de los medicamentos, a cargo de los farmacéuticos. Luego está de más despachar el oficio de éstos con la escueta disposición de los fármacos y el trasiego de las recetas y de las tarjetas sanitarias entre precintos de cartón y registros informáticos.

Dar fe, entonces, del caudal de sabiduría que ilustra el ejercicio farmacéutico, no es sólo una forma de avalar su necesidad, sino asimismo de preservarlo ante esas cuitas contemporáneas en las que son otros los venenos que alteran la naturaleza no ya del cuerpo, como decían los clásicos, sino de la actividad profesional. Por eso mismo y puestos en la encrucijada del oficio y de la empresa, conviene reparar en la naturaleza de esta última como rescate de la oficina de farmacia. Porque ni en el caudal del milenario linaje farmacéutico ni en los estudios superiores que facultan para su ejercicio, el carácter de la empresa es considerado de manera expresa. Y tal carencia no hace mucha mella con una actividad poco intervenida y difícil de sustituir, pero amenaza cuando, por mor del gasto público y de las medidas que apremian, lo mismo cabe confundir con el precio de los genéricos que mantener deudas asfixiantes.

Se apuntó antes la cualidad de la farmacia como servicio e importa precisar que en él confluyen la naturaleza privada y un claro carácter público, porque el farmacéutico es uno de los profesionales más accesibles del sistema sanitario y su ejercicio está pegado a esa complicidad del trato que nutre la confianza. De manera destacada, en los entornos rurales, pero también populosamente urbanos, donde quienes buscan el remedio de su enfermedad sólo se manejan con el color o las formas de las píldoras o con el reclamo consabido de los envases. Y en estas oficinas, claro está, poco compensa el auxilio de la "parafarmacia" provista de anticelulíticos, de productos de dermocosmética y de toda una parafernalia alternativa.

Asclepio tuvo otra hija, Panacea, a la que tal vez haya que invocar, en fin, para que remedie, ella que todo lo cura, los trastornos de la farmacia.

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