LA Ruta Quetzal BBVA recaló el pasado verano en Panamá con motivo del quinto centenario del descubrimiento del Pacífico por Balboa. Sólo alguien como Miguel de la Quadra-Salcedo con tanta historia en la cabeza y sobre los hombros puede en un puñado de días crear un recorrido intenso donde se fundan tantas experiencias y conocimientos. Los expedicionarios que tuvimos la suerte de formar parte de este programa enjugamos la esencia de un estratégico país cuyo pasado, presente y futuro es un canal que depende de conservar la naturaleza que lo rodea porque se surte de la lluvia de las selvas que lo flanquean. Algunas naciones tienen su oro en el petróleo y en el caso de la panameña su riqueza es la logística. Ser autopista y almacén de los barcos que cruzan por allá. Panamá, ecologista por obligación, es un país sin apenas paro, con sus desequilibrios sociales que colean, pero que ha ido remontando con pasos gigantes desde que con el cambio de siglo se hicieron con el canal que construyeron y administraron (con mucha mano dura) los estadounidenses. En su momento nadie habría apostado un colón porque quince años después el gobierno de Panamá gestionaría de forma óptima la bisagra más importante del mundo. Póngase en el lugar de ellos y piensen en el orgullo que deben tener por haber mejorado la herencia que recibieron a regañadientes.

Cuando concedieron al complejo liderado por Sacyr la ampliación del canal estaban rematando sus esperanzas por multiplicar la eficiencia de un negocio tenaz. En Panamá no sólo "quieren a España", sino que llegan a admirarnos y si hojean un periódico panameño o zapean por allá creerán a veces que están en España. Sospechen ahora el disgusto que tienen en la tierra de Balboa con ese millardo de dólares (la facturación de un año) que deberían añadir al presupuesto para sufragar esa ampliación. En Panamá confían en el trabajo español por su formalidad y me temo que Sacyr, como un albañil de esos que la clavan después, no ha estado a la altura.