Editorial

Pedro Sánchez, en su laberinto

CADA día que pasa desde que Mariano Rajoy diera un paso atrás y se excluyera de la carrera hacia la investidura, por lo menos en esta primera fase, la posibilidad de que España cuente en un plazo razonable de tiempo con un Gobierno estable parece más lejana. El socialista Pedro Sánchez tiene el encargo formal del Rey y ha completado una primera ronda de contactos que ha demostrado una realidad que ya se adivinaba por las declaraciones previas de los líderes de las diferentes formaciones: Ciudadanos y Podemos se excluyen mutuamente, lo que hace inviable hasta que haya un cambio de postura por parte de uno de ellos que el candidato sume los apoyos necesarios para presentarse ante el Congreso con el respaldo de estos dos grupos. Sánchez está atrapado en la trampa que él mismo ha ayudado a tenderse por su ambición de alcanzar la Moncloa a cualquier precio. Mucho y muy bien tendrá que negociar en las próximas semanas para deshacer el nudo que ahora mismo lo bloquea. La actitud de Pablo Iglesias y de Albert Rivera parte de postulados suficientemente lógicos como para adivinar que será complicado modificarlos. Las dos formaciones tienen principios ideológicos diametralmente opuestos y Pedro Sánchez tendría que decantarse por una u otra opción. Si lo hace a favor de Ciudadanos se encontrará con la cerrada oposición del PP a convertirlo en presidente del Gobierno. Si se orienta hacia Podemos e Izquierda Unida se chocará con la línea roja de separatismo catalán. ¿Sabrá salir el dirigente del PSOE de su laberinto? Tal y como están las cosas hay motivos sobrados para dudarlo, aunque en la negociación política todo es posible y cambiar del negro al blanco sin pasar por el gris es algo que no hay que descartar, sino todo lo contrario. Mientras tanto, el bloqueo institucional que sufre el país empieza a pasar factura en cuestiones de Estado. La ruptura de hecho del pacto para hacer frente al desafío independentista catalán, escenificado ayer tras la decisión del Consejo de Ministros de plantear un conflicto de competencias sobre el ministerio de Exteriores que se ha sacado de la manga la Generalitat, es un hecho de la máxima gravedad que tanto el Gobierno en funciones como el Partido Socialista deben reconducir lo antes posible. El Estado no está en funciones y sus representantes, tampoco. El desencuentro sobre Cataluña evidencia que urge acelerar el final de este largo período de interinidad que, a diferencia de otros anteriores, el ejemplo más claro es el de Aznar en 1996, tiene un resultado absolutamente incierto. Pedro Sánchez tiene ahora la pelota en el tejado. A él le toca demostrar pragmatismo y sentido de Estado.

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