Alto y claro

josé Antonio / carrizosa

Pendulazo

LA ley del péndulo se debe incluir entre nuestras más acendradas tradiciones. Nos gusta, no lo podemos evitar, ir del cero al cien sin que se nos ocurra parar en el cincuenta. En cuestión de pocos meses hemos pasado de mirar con un enorme recelo a Málaga, directamente proporcional al que ellos mostraban hacia Sevilla, a hacernos promalagueños con un furor que llama la atención. Desde que Juan Espadas desplazó, tras las elecciones municipales de mayo, a Juan Ignacio Zoido del sillón de la Plaza Nueva pareciera que ha puesto en la buena relación con los vecinos de la Costa del Sol todas las expectativas de desarrollo para la ciudad. Como su antecesor las puso en la zona franca, que lo mismo algún día hasta vemos funcionar. Así pasamos sin solución de continuidad de dos alcaldes del mismo partido, el Popular, que se lanzaban algunas puyas cuando la ocasión lo requería, a otros dos, de distinto partido, que se hacen emocionadas declaraciones de inquebrantable adhesión venga o no a cuento. Espadas, sin ir más lejos, en el curso de sólo unos pocos días se ha declarado firme partidario de que el aeropuerto de Málaga sea la puerta de entrada del turismo internacional en Sevilla y de que se mejore la conexión por alta velocidad del aeródromo de la Costa del Sol y la estación María Zambrano. El alcalde no cayó en que su ciudad tiene un magnífico aeropuerto con unas posibilidades no exploradas de desarrollo y que tiene la obligación de ser competitivo, como tampoco se percató de que Santa Justa y San Pablo no tienen ningún tipo de comunicación ferroviaria, lo que resta efectividad a ambas infraestructuras. Pedir para otro lo que es una necesidad para los que tienes más cerca no es un ejemplo de buena política municipal.

El problema es el pendulazo. La estúpida enemistad que enfrentaba a las dos grandes ciudades de Andalucía era uno de esos sinsentidos creados por la política y que sólo la política podía deshacer. Le restaba a Sevilla, le restaba a Málaga y le restaba al conjunto de Andalucía. Pero no olvidemos que antes de que surgiera el fenómeno de la autonomía política Sevilla y Málaga no mantenían ningún tipo de rivalidad. Fueron los políticos los que durante décadas azuzaron el agravio comparativo de todas las capitales andaluzas frente a Sevilla, que en el caso malagueño adquirió dimensiones de auténtico hecho sociológico.

Que ahora dos alcaldes sean capaces de trascender más allá de los localismos y que lancen la idea de la colaboración entre las ciudades como una de las palancas que pueden hacernos mejorar sólo puede ser elogiado. Que además se haga con generosidad y mirando por encima de los propios intereses demuestra inteligencia. El problema es pasar de la nada al todo y trasladar a la opinión pública la impresión de que se ha pasado de frenada. Espadas debería haber medido mejor algunas de sus últimas declaraciones al respecto. Sobre todo porque Sevilla no ha sido precisamente una privilegiada por las administraciones en las últimas décadas y presenta carencias que le urge solucionar. Sin ir más lejos, la infrautilización de su aeropuerto y la falta de una conexión eficiente con el AVE lastran su desarrollo económico y turístico. El alcalde debería haberlo tenido en cuenta.

A Sevilla, y conviene dejarlo claro, no se le pone una mano encima desde la Expo de 1992. La Junta le ha hecho pagar la capitalidad dejándola atrás en sus inversiones para que no se la acusara de centralista y el Gobierno central ha pasado olímpicamente de ella incluso cuando ha tenido un alcalde amigo, sin duda con la pretensión de pegarle una patada en las espinillas a la Junta para que no se viniera arriba. El eje Sevilla-Málaga es uno de los proyectos con más potencialidad de los que tenemos ahora mismo en Andalucía y ha sido un éxito porque ha implicado tanto a la política como al mundo de la empresa y la sociedad civil. Pero no lo malbaratemos pasándolo de rosca. A Málaga lo que es de Málaga, pero también a Sevilla lo que es de Sevilla.

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