PASA LA VIDA

Juan Luis Pavón

Penurias de clase media

ASPIRABAN a una vida de casa con jardín, club social, niños en el colegio privado, fondo de armario con marchamo de boutique, despensa con delicatessen, escapadas a la segunda residencia en la playa y puentes de viaje. Y lo lograron. Se sentían con todo el derecho del mundo a disfrutar de la vida de esa manera y encontraron la vía para intentarlo: entrampándose. Con los dos sueldos no tenían para sostener tanto embolado, pero confiaban en los gobiernos, en los bancos y en la providencia. Ahora sólo pueden apelar a ésta mientras deambulan con estrechez por las rebajas. Y no disponen de dinero pese a sentirse propietarios de patrimonio porque no pueden vender la vivienda que compraron como inversión mediante hipoteca tan larga como una cadena perpetua. Lo consideraban un valor seguro y ahora lo único seguro es que nadie se ofrece a comprarla salvo que se la regale.

En circunstancias tan adversas, la clase media está ahorrando como no lo hacía desde hace 16 años. Algún día la serie Cuéntame recreará la vida de las familias de clase media en 1993. Sin casa adosada, sin césped, sin televisor en la habitación de cada niño, sin consola de videojuegos, sin coche de alta cilindrada para el padre, sin vehículo para el primogénito cuando llega a la universidad, sin ropa de marca, sin videocámara, sin domingos de comidas fuera de casa en veladores y con raciones, sin bodas, bautizos y comuniones de gasto desahogado.

Toca liberarse de prejuicios y expectativas que generan frustración. Recordar los episodios de la propia infancia, en la que fuimos dichosos con menos reclamos y capacidad de consumo, para aplicarlo a los hijos y saber posponer la compra de su penúltimo anhelo. Toca dedicarse tiempo como principal activo y redescubrir la felicidad gastando lo que se puede. Quien se siga confundiendo acabará gastándoselo en la consulta del psicólogo.

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