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Visto y oído

Francisco / Andrés / Gallardo

Perdidos

SÓLO un ego tan incansable como el de Pedro Ruiz puede aguantar 12 horas de entrevista, 'yoes' y frases hechas. El escaso interés del personaje convertía en un insulso maratón la excentricidad del canal Veo. Pedrete, que a las primeras de cambio negó que cayera tan mal al personal, tiene a estas alturas tan poco interés como las pruebas de El topo austral, tan aparatoso como efímero. Telecinco quiso convertir en reality un formato que ya en Cuatro había pasado con mucha más indiferencia que gloria. Un traidor debe intentar fastidiar a su equipo, con la inteligencia necesaria para disimular sus sabotajes mientras se comporta como el más esforzado de los concursantes. Es decir, una intriga demasiado elevada para los sofalícolas veraniegos, que ven la televisión con ojos somnolientos en la sobremesa y se marchan al fresco con las nocturnidades.

También es de una aparatosa insulsez el asimismo antípoda Guaypaut: mamporros nacionales a lo Humor amarillo, con maquinaria muy cara y comentarios de Carmen Alcayde muy evidentes. Ni en Navidad, cuando se estrenó, ni en verano, Guaypaut es capaz de despertar atención más allá de un par de minutos: es un programa que sencillamente no funciona y, lo que es peor, Telecinco tiene un problema grave de comunicación con sus potenciales espectadores de siempre.

Perdidos en la tribu, un reality de sencillez documental, le ha funcionado mucho mejor a Cuatro porque sus triquiñuelas son más reconocibles: estábamos ante una presunta ficción con tintes de telerrealidad. Estuvimos ante una semificción con final amable, con el gimoteo constante en las despedidas. Cada familia se lleva un premio de 50.000 euros por las molestias y los servicios prestados. El premio mayor fue para Cuatro con su bosquimana paciencia.

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