Cambio de sentido

Carmen Camacho

Picapleitos de barrio

HAY lecturas imprescindibles por su alto poder evocador. La última reunión de la comunidad de vecinos -de la que me libró un viaje- ha dado a la luz un acta que da cuenta de un hecho entrañable: alguien una noche debió de saltar la tapia del patio desde dentro hacia la calle, pues hay pisadas de zapato grande en esa pared que estaba recién enlucida. ¿Cómo no imaginar la escena y al personaje, un Calisto actual salvando el muro en dos zancadas, a punto de dejarse, Sosia, los sesos en los cantos? Pues nada: lejos de obviar discretamente la huella, o de avisar con guiño cómplice a Melibea para que le dé con un trapito, consta el desperfecto en acta, junto a palabras como "monitorio", "costas", "propiedad horizontal", "notificación", "demandas" y "predio", referidas a este y otros asuntos del vecindario.

Quizá la culpa de todo la tenga Perry Mason, o las teles vocingleras con sus juicios paralelos y sus adefesios sacándose los ojos en los pleitos; quizá la visión deformada de nuestra condición de ciudadanos, o quizá la seguridad que aporta que todo esté regulado. El caso es que el Estado del Mucho Derecho en que vivimos, en que los tribunales parecen el único modo de solucionar las controversias, más que favorecer, entorpece la convivencia. Más aún que la judicialización de la política, preocupa la judicialización de la vida cotidiana y, con ella, la proliferación de los aficionados a la letra menúa, con sus afanes de perro ladrador y su altanería al inquirir al convecino.

A los males que carcomen los ojos de la Justicia contribuye este uso, hecho vicio, de mentar la Ley y no la ética. La saturación de los juzgados por causas que se podrían dirimir de buena fe coadyuva a la parálisis del sistema y, con ella, a la práctica indefensión. Y lo que es más triste: las formas de estos ministriles en pantuflas se contagian, y quebrantan la actitud de entendimiento en la sociedad. Ocupados en mordernos los tobillos inter pares, parece no quedar fuelle para denunciar las condiciones leoninas ni la letra pequeña, atada y bien atada, de los grandes, esos sin cara a quienes jamás sentiremos como conciudadanos. De niña, cuando supe que en el pueblo lo que había es juez de paz, me alegré mucho, pues pensé que se debía a que allí no necesitábamos más. Ahora, en cambio, desconfiada, es encontrarme con algún picapleitos de barrio, y gritar lo que dijo el acusado en aquel famoso juicio celebrado en Sevilla: "¡Me acojo a la Quinta Enmienda!".

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