La tribuna

alfonso Ramírez De Arellano /

Prejuicios sobre salud mental

Apesar de la indudable buena intención de la campaña contra el estigma de la enfermedad mental, hay que decir que la elección de esa palabra no parece la más acertada para encabezar una campaña de integración de las personas con problemas relacionados con la salud mental. Teniendo en cuenta sobre quién recae el protagonismo, parece preferible hablar de prejuicio. El estigma lo portan las víctimas, mientras que los prejuicios pertenecen a aquellos sectores de la sociedad que discriminan a otros.

Las personas con problemas derivados de la salud mental sufren las consecuencias del modo en que son vistas e interpretadas por la sociedad en la que viven. Otras formas de convivencia y de interpretación de la conducta de los demás no tendrían por qué conllevar ningún estigma.

El problema deriva de la diferencia de significado de las palabras estigma y prejuicio desde un punto de vista técnico y desde el punto de vista de su uso corriente, algo muy a tener en cuenta si de lo que se trata es de realizar una campaña dirigida precisamente a la gente común y no a un público especializado. El uso técnico y el popular de la palabra prejuicio no difieren demasiado, mientras que la palabra estigma, además de las connotaciones religiosas que lleva implícitas en la cultura cristiana, también se usa en medicina para designar efectos visibles de enfermedades, con frecuencia infecto-contagiosas, lo que le añade elementos negativos al término.

Podría ser más eficaz centrar la reflexión sobre nuestros prejuicios respecto a la enfermedad mental que sobre el estigma como elemento que contribuye a la marginación de los enfermos mentales. Aunque ambos planteamientos vengan a decir prácticamente lo mismo, el camino elegido sí importa, ya que hablamos de campañas de comunicación y sensibilización.

Los prejuicios proceden, a veces, del apresuramiento y del descuido y, con mucha frecuencia, del miedo; de nuestro miedo ante lo diferente o lo desconocido. Parece que cuanto antes encapsulemos en un prejuicio aquello que tememos, antes nos libraremos del miedo y de preguntas incómodas.

Pero ¿qué podemos temer de la enfermedad mental que justifique nuestra actitud? Puede ser que la identifiquemos con la locura y temamos nuestra propia locura -los miedos a la locura, a la enfermedad y a la muerte son recurrentes en el ser humano-, también que temamos la pérdida de control del otro en forma de miedo a ser agredidos de alguna forma (físicamente, sexualmente, moralmente), puede ser que identifiquemos la locura con el resultado de un sufrimiento insoportable ante el que nuestra mente claudica. La enfermedad mental también puede ser temida como una minusvalía, como una forma de estar incompleto como seres humanos que hiere nuestra integridad o nuestro narcisismo.

Nada de esto se corresponde con la realidad, son temores irracionales. Lo normal es que la mayoría de nosotros suframos episodios relacionados con la enfermedad mental a lo largo de nuestra vida y que no haya motivos para relacionar la agresión con los problemas mentales, no más que en el resto de los mortales.

Aunque no lo parezca a simple vista, también puede ser el resultado de una concepción clasista de la sociedad. Me explico: según esa concepción, por una parte estaría el grupo de los normales y, por otro, el de todos los demás. Pero resulta que el de los normales no representa, como pudiera parecer, a la generalidad, sino a una minoría privilegiada, aquella que no padece ningún hándicap físico, psíquico, ni intelectual, que no ha nacido pobre, que no es viejo ni niño, que no es dependiente, que no pertenece a ninguna minoría étnica, que no tiene ninguna enfermedad vergonzosa, que no está parado, que no es ignorante, que no está desvalido, etc. En definitiva, que pertenecer a la minoría mal llamada normal es un privilegio. Esa minoría, si es que existe -todos tenemos hándicaps y si no, los adquiriremos en breve por el simple curso del tiempo- es tan exigua que representa más bien una idea aristocrática que de normalidad.

Pero volvamos a los sectores de la sociedad cuyos prejuicios discriminan a otras personas. ¿Quién necesita reforzar su autoestima a base de denigrar a otros con los que se compara? Pues, probablemente, personas con falta de recursos psicosociales y con una fuerte necesidad de afirmación como indican muchos estudios psicológicos. Probablemente personas que también deberían ser objeto de atención desde el punto de vista de su integración personal y social. Claro que para recibir ayuda, el primer paso consiste en reconocer que se necesita pero algunos prefieren proyectar la culpa sobre otros antes que reconocer la propia debilidad.

Formarse un juicio sobre algo lleva tiempo y dedicación, para las prisas y los miedos ya tenemos los prejuicios.

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