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Carlos Colón

'Primum vivere'

UNA de las mejores radiografías del momento actual es la paradójica realidad del 15-M. Los españoles le conceden su simpatía pero no su confianza, como si fuera un dibujo animado o un personaje de tebeo.

Caen bien a mucha gente pero, según el estudio poselectoral efectuado por el Centro de Investigaciones Sociológicas tras las autonómicas y municipales del 22-M, pese a que durante la campaña habían realizado sus mayores movilizaciones y que los medios les habían mimado con una abrumadora información positiva, el 71,3% de los ciudadanos contestaron que el 15-M no había influido "nada" en su voto. Dato refrendado, como publicábamos ayer, por dos ex presidentes del CIS que coinciden en que la influencia del 15-M en el comportamiento de los votantes es absolutamente marginal y prácticamente nula.

No es que el fracaso de los políticos, el ensimismamiento partidista de los aparatos de los partidos, la supremacía de los mercados sobre los estados, la crisis económica o los cinco millones de parados no justifiquen la indignación. O que algunas de sus reivindicaciones no carezcan de sentido.

La clave de esta contradictoria mezcla de simpatía y desconfianza hacia el 15-M debe radicar en la poca seriedad y poca fiabilidad que el movimiento ha demostrado. No está la cosa para mover las manitas en asambleas, ponerse máscaras, plantar tiendas en las plazas, desfilar bailando al son de tamborradas o exhumar eslóganes polvorientos que alentaron liberticidas y fracasadas alternativas al capitalismo. De lo que se trata ahora es de solucionar con el menor coste social posible los gravísimos -trágicos- problemas que nos afectan.

Parece que llega la hora de los tecnócratas, ya sea impuestos por vía de urgencia y sin pasar por las urnas -Grecia e Italia- o nombrados por quienes han sido elegidos por los ciudadanos -posible caso de España si gana el PP-. En los años 50 y 60 nos sacaron a los españoles del fracaso económico, las cartillas de racionamiento y las hambres; y en los 70 fueron uno de los más poderosos motores de la Transición.

Un tecnócrata es una persona que ocupa un cargo público por la preeminencia de sus conocimientos técnicos. Es evidente que la forma en que se interpreten y pongan en práctica estos conocimientos no es ajena a la subjetividad ideológica. Pero en los momentos de crisis se da más importancia a la objetividad de los conocimientos que a la subjetividad de las ideologías. Es una forma de traducir a lo público el primum vivere, deinde philosophare (primero vivir, después filosofar). A lo que se podría añadir otro refrán latino: labor improbus omnia vincit (el trabajo duro todo lo puede).

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