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A contraluz

Joaquín Rodríguez Mateos

Quo vadis, Semana Santa?

Se inicia una nueva cuaresma, con el horizonte de una Semana Santa más. Igual a todas, pero distinta a todas. Como está mandado. Sólo que en los últimos años todo cuanto hace diferente a cada Semana Santa no encuentra su refugio en la subjetividad de nuestro fuero interno, no remite tan sólo al terreno íntimo de lo percibido. Por el contrario, parece que asistimos a una permanente expectación por la novedad e incluso por la búsqueda de distingos, por cambios inducidos y por el afán de introducir particularismos. Y es que, como ya he dicho en alguna ocasión, hace ya años que la Semana Santa carece de un modelo estable. Entradas en crisis muchas de sus estructuras -tanto ideológicas como formales- a lo largo de la agitada década de los 80, no ha acabado por cerrarse su proceso de acomodo a los nuevos tiempos. Y así deambula, errática e incierta, entre innovaciones innecesarias, experimentos caprichosos y veleidades personalistas. Ante la ausencia de un nuevo modelo concreto y definido, se anda dando palos de ciego sin encontrarse norte. Claro que, su consecuencia es que, al tiempo que se desnaturalizan sus referentes, va perdiendo poco a poco su personalidad en pro del puro espectáculo.

En los últimos años se viene intentando, por ejemplo, quebrar la ley de la impenetrabilidad de los cuerpos. Donde caben siete al parece entran ocho. Eso sí, ad experimentum. Que posibilidades hay para hacer rodar la rueda, hasta que ésta gire sin chirriar. En el siglo XVII, la cofradía del Cristo de San Agustín andaba pidiendo licencia para visitar otro templo sin tener que llegar a la Catedral, puesto que lo prolongado de su estación hacía desfallecer a sus abnegados penitentes. Qué cosas, cómo cambian los tiempos. Ahora tendríamos que hacer nuestro el lema olímpico, para regocijo de cornetas, costales y cofrades de relumbrón: altius, citius, fortius. Más alto, más lejos, más fuerte. Y es que aquí, al parecer, vale todo. Sic transit gloria mundi.

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