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Rafael Manzano, un maestro

La figura del maestro se ha desdibujado, hay como un rechazo a asumir que algunos lo son y otros no

La semana pasada se celebró en la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría de Sevilla un más que merecido homenaje al arquitecto Rafael Manzano Martos. Fue un acto solemne y formal, como corresponde, pero también muy emotivo, en el que tuvimos la ocasión de oír de su propia voz, con ingenio gaditano y la verdad que da el paso del tiempo, sus ideas y pensamientos que marcan una época en la arquitectura de Sevilla y en la enseñanza de esta, como se pudo comprobar en las palabras de los que intervinieron, antiguos alumnos suyos, agradecidos a las puertas que abrió al mundo de la arquitectura, a la exigencia del dibujo y a la verdad de los edificios. Había una gran alegría contenida en todos los presentes, que interpreto como la oportunidad de reconocer en vida a un maestro su labor de arquitecto, de profesor y de académico, que a veces nos negamos por pura envidia y egoísmo y que afortunadamente la otra tarde tuvimos la oportunidad de cambiar por el goce de la amistad y la gratitud.

Por lo general somos mezquinos para reconocer en vida los méritos de las personas y cuanto más cercanas, peor. Parece que preferimos mantenernos en una cómoda mediocridad, sin referencias y ejemplos individuales que por sus conocimientos y saberes nos puedan poner en evidencia a todos, en vez de pensar que son un ejemplo. En esta época en la que muchos estudiantes y profesionales son animados a cursar másteres universitarios, por mejorar, por necesidad laboral o simplemente por estar ocupados, la figura del maestro se ha desdibujado, como si hubiera un rechazo a asumir que algunos lo son y otros no. A veces tenemos la sensación de que la sociedad actual prefiere una medianía correcta, sin aristas ni altibajos, que nos iguale a todos sean cuales sean nuestros méritos, antes que admirar a alguien de verdadero conocimiento y sabiduría, que ejerce el auténtico prestigio de saber las cosas bien, en profundidad y detalle, y que es capaz de enseñar y transmitirlo. Es decir, una persona relevante entre los de su clase. Un maestro, en suma. Como lo es Rafael Manzano.

El tiempo ha establecido una gran unanimidad sobre su magisterio en el oficio de arquitecto que ha sido ampliamente reconocido en todas partes. Un oficio de compagnons, de antiguos masones por albañiles y canteros y que nos ha permitido desarrollar un sentido de pertenencia a este viejo gremio, del que en alguna ocasión hemos podido dudar, pero que cada vez tenemos más claro que es nuestro lugar, una fraternidad, la del compás y la rosa, de la que nos sentimos parte. Son tiempos difíciles en los que la sociedad no parece tener muy claro para qué servimos como gremio y qué podemos aportar en este mundo de lo efímero y mutable. Para que los arquitectos encontremos el lugar en la sociedad que se nos demanda y qué podemos ofrecer, ejemplos como el de Rafael Manzano son una guía clara. Ojalá durante mucho tiempo pueda disfrutar con todos nosotros de los aromas perdidos del Alcázar.

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