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Alberto Guallart

Escritor y profesor de Filosofía

Rafael Montesinos, cien años hace

Decir de él que es el poeta de la calle Santa Clara es puro reduccionismo

Rafael Montesinos Martínez, poeta de un lirismo y emociones parejas a los de su paisano Luis Cernuda, nació hace ahora cien años, y a los veinte de su edad abandonó Sevilla junto a su familia en dirección a Madrid, donde podrían sobrellevar discretamente el mediano pasar al que los obligaba la ruina económica del padre, un burgués acostumbrado a administrar y a entrar y a salir de casas que van de San Vicente a la Magdalena, donde se almuerza, come y cena. Allí, en la capital, en un Madrid aún devastado a principios de los años 40, había sin embargo oportunidades de trabajo y, todavía más importante quizá para los Montesinos, cabía pasear anónimos por sus avenidas sin sentir miradas curiosas y acaso cargadas de falsa conmiseración.

Para el joven Rafael aquella mudanza al desparaíso madrileño supuso el nacimiento del que vendría a ser -junto al amor- su espacio poético más propio y personal, el de la nostalgia. La nostalgia es una de las herramientas emocionales más inteligentes de las que usa nuestro cerebro para sobrevivir a una pérdida o a un abandono, también a los destierros. La nostalgia de Jerusalén creó el judaísmo entre los israelitas deportados a Babilonia. En el caos babilónico de Madrid, el recuerdo de los luminosos años sevillanos de la niñez fue la fortaleza en la que se confinó (palabra en boga) de por vida Rafael Montesinos.

Decir de él que es el poeta de la calle Santa Clara o el de la Virgen de los ojos verdes, es como referirse a Cernuda como el poeta de la calle Acetres. Puro reduccionismo. La nostalgia montesina o montesiniana (al gusto), ejemplarmente expresada en la prosa de Los años irreparables, no es una evocación vintage de Sevilla ni un canto elegíaco de edificios y costumbres desaparecidos. La nostalgia de tanta intensidad lírica que él cultivaba era la del que busca un refugio, que no es sólo un lugar ni un sitio, no es sólo Sevilla ni Andalucía, es una nostalgia que expresa un estado emocional. Al poeta le da miedo Madrid y se abriga con la nostalgia, al poeta le da miedo la muerte y se acoge a Marisa Calvo, su arcángel de la guarda, "que me salvas con besos diferentes". ¿Cuándo el rescate de sus versos sensuales y eróticos?

El amor -nada espiritual- que atraviesa toda la poética montesina es otra muestra de su afán por resguardarse de las inclemencias del presente y de la vida toda. El amor y su acompañamiento de besos y orgasmos, bien lo sabía el enamorado poeta, aleja la muerte y su cortejo de incertidumbres.

De "macilento lírico becqueriano" lo tilda el malaje jerezano Caballero Bonald. En este primer centenario del nacimiento del poeta, los lectores que, a diferencia de su obra, no vamos a conocer la conmemoración del segundo, sí podemos pasarle a nuestra posteridad un poeta bien enfocado, esto es, entroncado con Bécquer y la modernidad, con esa hondura y gravedad cultas que, muy por encima de lo anecdótico y popular, toca los nervios, siempre impacientes y confundidos, de las preocupaciones humanas.

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