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Rafael Sanchez Saus

Rajoy recupera el habla y lo callan

LA ya muy comentada aparición televisiva del presidente del Gobierno ha dejado, como primera constatación, que llamarse Mariano no es lo mismo que ser marciano, que nuestro hombre siente y padece como el resto de los terrícolas, que es capaz de explicarse, aunque no convenza siempre, y hasta de conmovernos con sus tribulaciones y sufrimientos por la cosa pública. Nueve meses después, no es pequeño hallazgo.

En segunda instancia, las respuestas del presidente a la muy equilibrada batería de conspicuos periodistas nos dejan el inopinado descubrimiento de la condición marxista, en su versión más vulgar, de don Mariano. Ese querer hacer depender todo, absolutamente todo, de la economía no puede estar respaldado por ningún saber o ciencia, la Economía la que menos, sino por una especie de fe ciega y oscura en el poder omnímodo de las fuerzas y motivaciones económicas, hoy del mercado. Es, en el fondo, la misma fe primitiva que movía a los paleomarxistas que llevaron a media Europa a la completa ruina. Está bien que nuestro presidente anteponga a todas sus preocupaciones el destino de los millones de parados y el freno a la pobreza creciente, pero de ahí a creer que los acuciantes problemas políticos e institucionales que él no quiere ver, ni menos afrontar, pueden esperar a la superación de la crisis económica hay un abismo.

La magnitud de ese abismo que Rajoy no quiere medir se puso de manifiesto al día siguiente, 11 de septiembre, en Barcelona. Los cientos de miles de catalanes que se echaron a la calle no protestaban contra los recortes; ni siquiera, siguiendo la inveterada tradición, exigían ser apaciguados con dinero. Quieren irse de España con el mismo ímpetu con el que muchos españoles querríamos verlos fuera. Fuera, sí, no por algo parecido al despecho, que sería humanamente muy explicable, sino por simple convencimiento de que no habrá futuro para una España que indefinidamente tenga que cargar con el insoportable peso moral de una Cataluña desafecta.

El discurso economicista del presidente no podía tener más rotundo desmentido. Lo que calificó la víspera como pura "algarabía", algo que no debía distraernos de nuestras altas tareas para sobrevivir, era, sólo veinticuatro horas después, la prueba brutal, irrefutable, de la quiebra del Estado de las Autonomías y de la necesidad urgentísima de acudir al verdadero rescate de España.

Para eso no se necesita de Bruselas ni de frau Merkel. ¿Podremos contar con Mariano Rajoy, presidente del Gobierno y del Partido Popular?

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