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La tribuna

rafael Rodríguez Prieto

Referéndum trampa

LO que las urnas no nos han dado directamente, se ha corregido mediante la negociación". Simple y claro. La presunción nacionalista de que la democracia debe servir para amparar y legitimar aquello que ellos ya han previamente decidido, como portavoces autorizados de la tribu, no debería sorprender a nadie en Europa. Sin embargo, parece que un terrible siglo XX trufado de proclamas homicidas no es suficiente. La palabras de Mas no son lamentables; son coherentes con su ideología. Lo que es patético es comprobar las caídas del caballo camino de Damasco que se dieron el sábado en las redes asociales que gobiernan el imaginario internauta. Los mismos que son capaces de insultarte si les recuerdas que sin España no hay ni pensiones, ni sanidad y educación públicas, rasgaban la pantalla del Ipad con vehemencia al ver a la CUP rendir armas ante el César. Decía Borges que "somos nuestra memoria (…) ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos". Desgraciadamente para los españoles, hace tiempo que sus espejos son de usar y tirar en esta carrera que ensalza la ocurrencia instantánea e ignora la historia y la reflexión.

Me conformaría con que muchos que son capaces de conciliar lo que es irreconciliable -izquierda y nacionalismo- aprendieran de una vez que la identidad siempre somete a la clase y la oculta bajo las banderas que amparan las desigualdades. No en vano la Internacional fue la pieza musical que agrupó a los trabajadores durante buena parte de ese siglo XX tan sangriento y no Paquito el chocolatero o el himno del Barca.

Gran parte de lo que se denomina izquierda está dispuesta, por un lado, a olvidarse de que hace unos años reformaron un artículo de la Constitución -135- para priorizar el pago de la deuda sobre cualquier servicio público. Otra presunta izquierda está dispuesta a pactar con los que la llevaron a efecto con la complicidad del PP. No debería sorprender, pues son los mismos que apoyan a Tsiriza: un Gobierno que rebaja las pensiones un 35% en Grecia y lleva a cabo uno de los programas neoliberales más agresivos de Europa. Para algo está el espejo de usar y tirar. Ahora lo que toca es el sacrosanto derecho a liquidar un proyecto común denominado España, precisamente por aquellos que usan constantemente el concepto "en común". Tela marinera.

Cuando el supremo líder sitúa el referéndum como el sine qua non de cualquier pacto o negociación demuestra que no ha aprendido nada de las actitudes de los nacionalistas durante décadas. Nacionalistas que apoyaron la constitución para luego traicionarla usando la escuela como centro de adoctrinamiento; votos que condicionaron la gestión de Aznar o González para culpar a esos mismos gobiernos de todo y no asumir ni un error. Ya en los años 30 ayudaron a hundir la experiencia republicana.

Ni desahucios, ni lucha contra los recortes, ni protección de la sanidad pública o del sistema de pensiones: lo que se necesita urgentemente es un referéndum en Cataluña. Pues nada. Huelga decir por repetido y obvio que es anticonstitucional. Además implica que España se cuestione constantemente su existencia. Evidentemente, aquellos que sacan réditos de la especulación extraerían grandes beneficios de ello. Para el conjunto de los ciudadanos sería distinto. Al primer referéndum en Cataluña le seguiría otro en el País Vasco, en Valencia, en Galicia. Con el afán de imitación y "de no ser menos" todo jefecillo taifa desearía tener su propio referéndum. En fin. Usted conoce mejor el tono berlanguiano de nuestro país. Y no solo eso. Los nacionalistas no se darían por vencidos hasta que el resultado fuese el que pretenden. Evidentemente, una vez logrado, jamás se platearían repetirlo en su tribu, ni dar opción a partes de la misma que lo reclamaran. Hasta ahí podríamos llegar.

Pero existe un tercer motivo que es aún peor que los anteriores porque encarna en su seno lo peor de ambos: un referéndum como herramienta para la desigualdad. Durante una hipotética campaña electoral, todos los partidos contrarios a la independencia prometerían a los ciudadanos, susceptibles de separarse, privilegios y beneficios que terminarían por aumentar la ya existente disparidad de trato entre ciudadanos del mismo estado. Como esto no es Escocia, y el nivel de autonomía es muy amplio, quedan pocas promesas que se puedan hacer sin que afecten gravemente a la igualdad de los españoles. La campaña electoral en sí sería una trampa. Probablemente la respuesta sería afirmativa a permanecer, pero con unos costes para el resto muy gravosos. El señor de Palencia que jamás sale en la noticias, a no ser que toque el Gordo o baje la temperatura, se convertiría en rehén de una subasta nefasta. No va más.

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