Juan cartaya baños

Historiador

Reloj de príncipes

Juan de Robles, párroco de San Andrés, le dedicó a Olivares su 'Tardes del Alcázar'

Durante los siglos XVI y XVII prosperó, dentro de la tratadística europea, el género particular del Reloj de Príncipes, un repertorio que trataba de aconsejar a quienes eran los primeros ciudadanos del reino: que eso, y no otra cosa, significa príncipe. Destacan entre sus autores moralistas como Antonio de Guevara (Relox de Príncipes, 1529) o escritores como Francisco de Quevedo (Política de Dios, 1626) y Baltasar Gracián (El Político, 1646), siguiendo una moda que había comenzado con la Institutio Principis Christiani de Erasmo de Rotterdam (1516). A ellos se sumarían Fadrique Furió Ceriol (El Consejo y Consejeros del Príncipe, 1559), el diplomático Diego de Saavedra Fajardo (Idea de un Príncipe Cristiano, 1649), el jesuita Pedro de Rivadeneyra (El Tratado del Príncipe Cristiano, 1603), etcétera. Y en general todos ellos coincidían en algo, que era aplicar las doctrinas propias del neoplatonismo y de la moral cristiana al arte del gobierno, denunciando las amorales teorías de Maquiavelo, que había expuesto en su archidifundido El Príncipe (impreso en 1532, pero que circulaba manuscrito al menos desde 1513). Incluso Carlos V puso su granito de arena en este género, redactando las instrucciones de Palamós a su hijo, el príncipe Felipe, en 1543, encomendándole el buen gobierno de la Monarquía.

Ya en el siglo XVII se popularizarán otros tratados similares, pero esta vez dirigidos a los validos, porque esta figura del privado se había consagrado por entonces en las principales monarquías europeas: ejemplos son las Tardes del Alcázar. Doctrina para el Perfecto Vasallo, de Juan de Robles (1636), cura de la parroquia de San Andrés de Sevilla, que las dedicó a Olivares; o el Discurso del Perfecto Privado (1610) de Pedro Maldonado de la Barrera, también sevillano y confesor del duque de Lerma, a quien dedicaba este tratadito.

Como vemos, tanto en el siglo XVI como en el XVII se tenía muy claro, y así se expresaba por escrito, que el gobierno debía de tener un fin y un norte, idea que desde luego los gobernantes compartían (sólo hay que leer la correspondencia de Felipe IV con la monja de Ágreda, o los memoriales del Conde Duque). Y mi reflexión, hoy, es la siguiente: ¡Qué falta nos haría actualizar este género! Porque con sólo echar un rápido vistazo apreciamos, y con claridad, cómo falta (salvo en todo lo que sea estropear, como por ejemplo en la enseñanza, en las ideologías que se dicen inclusivas o en los impuestos) un hilo conductor, una voluntad clara, una idea motriz en quienes mandan: bandazo va y bandazo viene, sea el caso Marruecos, Pegasus, los independentistas y sus líos (que todo es uno) o lo que toque. Digo o Diego, que tanto vale o es lo mismo.

Pero los relojes, incluso los de príncipes, no sólo dan consejos, sino también la hora: y esa hora, que será la de salida y la del fin del contrato de estos señores que dicen que gobiernan, cada día suena más y más cerca. Quedan pocos cuerdos, sí, pero también menos cuerda.

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