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Bernardo Díaz Nosty

Retorno al pasado

LA crisis aprieta donde más duele. Cuando se apela a la solidaridad de todos, al esfuerzo común, las estadísticas nos dicen que la brecha entre pobres y ricos se ha disparado. El discurso hegemónico de los mercados y su trituradora de soberanía nos devuelven a la memoria de las luchas sociales que desembocaron en la placidez del Estado del bienestar.

España, tocada por el crecimiento del paro y los recortes salariales, es una de las naciones europeas donde más ha aumentado la desigualdad. La brecha entre los hogares con más renta y los menos afortunados alcanza, según Eurostats, el nivel de 1995. Un balance que nos muestra la factura de la crisis y quién debe pagarla. Al tiempo, nos revela que el cuerpo atlético que exhibimos en los desfiles del top ten de las grandes naciones tenía mucho colesterol social, que las oportunidades no lo fueron tanto para los innovadores y los creadores de tejido económico como para quienes vendieron ladrillo, manejaron la banca o metieron la mano en la caja.

Ante el cambio de inquilino en La Moncloa, y en vísperas del gran reajuste -todos contra el fuego-, se corre el riesgo de desmontar decisivos logros, en la dirección que en el pasado contribuyó a trazar, amortiguando tensiones, la hoy enmudecida socialdemocracia. Se había abandonado, incluso, el término "clases sociales", y en los reinos del consumo se prefería distinguir a la gente por sus estilos de vida... Pero, con la recesión, emergen las clases, huérfanas hoy, las más desfavorecidas, del acompañamiento político que orientaba su emancipación.

¿Cómo apelar, entonces, al sentido de la solidaridad? Incluso aceptando que los ajustes pueden ser inevitales, parece lógico apretar allí donde más hay, donde los beneficios de la bonanza aún obtienen réditos de la crisis, pero no para hacer más pobres a los pobres, más precarios a los precarios, más víctimas a las víctimas. Y no señalar el camino del futuro con direcciones sin retorno, sin vuelta atrás, que sentencien a muerte las conquistas asociadas a la vertiente económica de la democracia.

Gobernar en tiempos de excepción debe hacerse con el compromiso de que ciertos ajustes son también excepcionales y, por ello, reversibles, de modo que la progresiva salida de la crisis rescate las mejoras sociales que construyeron la modernidad en nuestro país. Sería así menos contestable la invocación a la solidaridad y al esfuerzo como manifestaciones de la conciencia pública. El compromiso parece posible si a la población se le explica que el ajuste, por doloroso que resulte, no será la máquina del tiempo que nos devuelva a un pasado de mayores desigualdades.

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