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MÚSICA, danza, movimiento. La magia del cuerpo humano contorsionándose poseído por la emoción es una experiencia hipnótica. Asisto a un espectáculo de danza en Barcelona: La danza y la memoria. Una performance de improvisación que a primera vista parece pensada al milímetro por su joven director, el italiano Paolo Cingolani, que interviene junto a Francesca Turchi, Vanessa Bissiri i Maya Eymer. Un cuarteto de personajes abstractos moviéndose en círculos. El paso del tiempo y el intento de recrear recuerdos y emociones. Los músicos también improvisan. El movimiento en estado puro envuelve a los asistentes, sentados en almohadas circulares. Mi disco duro hiberna. Atrapado por la atmósfera de las formas, me dejo llevar. Cingolani está totalmente en trance. Su técnica es una mezcla personalísima de danza contemporánea, artes marciales, tai-chi y capoeira. Un despliegue exótico de formas improvisadas tan bellas como un haikú japonés.

Cuando acaba el espectáculo y soy lanzado de nuevo a la realidad necesito unos instantes para recomponerme. Me pregunto cómo podría la televisión acercar el gran público a la danza contemporánea. ¿Cómo captar el ritmo por televisión? ¿Cómo transmitir algo tan vívido e inasible? El trance colectivo protagonizado por Cingolani no sería lo mismo en imágenes. Perdería su esencia experiencial y su carácter irrepetible. De vuelta al hotel me pregunto si la vida puede ser tan intensa como la danza. Si se puede vivir dejándose uno llevar. Sin pensar. Improvisando el día a día y disfrutando cada instante como si fuera el último.

Antes de dormir miro las audiencias. Según las cifras oficiales, Días de cine llegó a los 27.000 espectadores y Miradas 2 tuvo unos 40.000. Menos que una Teletienda. Malos, muy malos tiempos para la lírica.

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