INFUNDADAS me parecen las inquietudes que se han disparado respecto al futuro de la convivencia en el equipo nacional. Una intranquilidad que no debiera haber aparecido, sobre todo entre gente que pasa por iniciada en la materia. Estoy convencido de que los malos rollos que han protagonizado el empacho de partidos entre el Madrid y el Barça no debieran extrapolarse para que continúen en la selección. Incluso sale al paso Del Bosque diciendo que estará vigilante para que no ocurra y la verdad es que me hubiese parecido más aconsejable que no le hubiera dado hilo a la cometa y que hubiera apelado al socorrido no comment.

Son ganas de enredar sólo pensar que las pelillerías de estos choques van a hacer metástasis para pudrir la convivencia en La Roja. A lo largo de los años he visto muchas batallitas en el campo que se han olvidado no más pitar el árbitro el final. Una vez, en un derbi sevillano celebrado en Nervión, dos hermanos no salieron a mamporros de milagro, algo que olvidaron con la última campana. Eran los hermanos Areta, Esteban en el Betis y José Luis en el Sevilla, aquella tarde hubo de todo entre ambos y no por eso se devolvieron las cartas. Por lo tanto, soy optimista en cuanto a que la convivencia en el seno de la selección no tiene por qué sufrir alteraciones.

Es más, quiero ver en el abrazo de despedida entre Arbeloa y Piqué, dos de los más belicosos en estos cuatro Clásicos, una simbólica pipa de la paz que debe tranquilizarnos. También podría añadirse que en la concentración del equipo nacional no estarán ni serán esperados elementos foráneos especialistas en atizar el fuego con gasolina. Por todo esto no termino de comprender cómo Del Bosque habla de estar vigilantes cuando lo lógico en un hombre tan mesurado y de fútbol como él hubiese sido descartar cualquier posibilidad de emponzoñamiento. Lo contrario a esto sería una sorpresa, muy desagradable y nada oportuna entre personas inteligentes.