Gafas de cerca

josé Ignacio / Rufino

Sáenz

ALFREDO Sáenz va a cobrar su pensión, la que le corresponde y tiene acordada. Ochenta y ocho millones de euros es una cifra imponente. Recordemos que la entidad que le paga la gran morterada es el Santander, una corporación financiera privada, que no ha recibido salvavidas públicos y que -nos gusten o no su poder, su estilo o sus accionistas de referencia- no ha estado manejada por intereses partidistas ni albergado en sus despachos con moqueta de cashmere a miembros de tal o cual partido, más o menos documentados. Lo que no es igual no es lo mismo. Recibir indemnización, no ya millonaria, sino ninguna de una caja quebrada y rellena de impuestos pasados y futuros de usted es escandaloso. Que una empresa privada pague pensiones como la de Sáenz es como mucho inoportuno cuando las acciones de la compañía están pochas, y es lícito patalear con la vena ética hinchada y opinar desde afuera que es un nuevo caso de exceso de la tecnocracia de muchas empresas grandes y medianas: yo tengo el poder, la empresa está a mi servicio... No es el caso de Sáenz. Damos por cierto que el recién dimitido consejero delegado del Santander es un gran estratega personal, y ha hecho lo más sensato anticipando una oprobiosa y rigurosa inhabilitación; igual que no le puede a nadie caber duda de que a su empresa Sáenz la ha cuidado y enriquecido, y durante su gestión Banco Santander se ha convertido en una corporación global de referencia y en una empresa española esencial que da más que pide (¿pide algo?). Hemos oído a mucha gente llamar indecente a la cifra que percibe el que junto con los Rodríguez Inciarte ha sido pretoriano de Emilio Botín. Muchos ejecutivos bancarios del mundo contratan cantidades indemnizatorias mayores en bancos inferiores al español. No hablemos de gofistas, actores, jugadores de la NBA, futbolistas o autores de best-seller.

Quienes sí podrían piar por la cantidad que va percibir Sáenz por su retiro son los accionistas minoritarios; miles de pequeños compradores de acciones, que ven cómo sus pocos títulos han perdido -según- más del 60% de su valor. Ellos, la pléyade de minoritarios cambiantes y desconectados, no pintan nada en los pactos de la alta dirección: en un gran banco cotizado una participación de un pequeño porcentaje de las acciones puede ser "de control". Es estéticamente dudoso, pero Sáenz se lleva lo suyo. ¿Demasiado? ¿Lo rechazaría usted? ¿Lo donaría usted? La mitad de la millonada que percibe el jubilado Sáenz se la lleva la Hacienda Pública. Gracias, pues.

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