Visto y oído

Francisco / Andrés / Gallardo

Secretos

14 de junio 2009 - 01:00

SOY empresario", pronunciaba como un abracadabra el joven Marcos Bellvis cuando desvelaba su "secreto" a quienes había atendido como voluntario de asistencia. Los empresarios no suelen ser magos millonarios, mucho menos si son acuciados autónomos, pero Bellvis cumplía el papel, con tintes ficticios (la cámara siempre ficciona algo lo que atrapa), que le pedía el programa de Antena 3: el presunto mendigo convertido en príncipe redentor de desdichados. El secreto es un cuento de Dickens, una película de Capra, y como sucedía en las crisis de estos creadores, en los actuales tiempos se imponen mensajes de esperanza, milagros de fe e historias de caridad con final feliz.

El secreto es también un ralentizado dramón, contado con mucho respeto. La cadena recauda anuncios y espectadores a su costa aunque, tal como sucede en Esta casa era una ruina, lo que es un programa de entretenimiento se convierte también en un puntal de auxilio a familias necesitadas. Y, sobre todo, es ejemplarizante e invita a la solidaridad.

Cuando Bellvis acepta el reto parece iniciar un camino de Damasco, pero él era ya una buena persona antes de su pequeño calvario asistencial. Su experiencia no le hace caer del caballo, sino que le hace abrir aún más los ojos: si una madre inmigrante soltera duerme con su bebé en el suelo no tenemos derecho a quejarnos porque rechine nuestro somier. Hay muchos que aspiran como un sueño a una "vida normal", simplemente tan normal como la nuestra.

El protagonista de El secreto, eslabón ruidoso de una cadena de favores, vivió una sobredosis de realidad en un centro de rehabilitación, una guardería, una escuela para discapacitados y el humilde hogar de la inmigrante. Jugaron con la paciencia de Bellvis y abusaron de la lágrima fácil con nosotros.

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