FIEL a su filosofía de vida en este penúltimo tramo de su vida, Ángel Villar gusta de dejar que el tiempo ponga las cosas en su sitio; o dicho con más claridad, deja que el tiempo pudra los problemas. Y con el problema mayor, que es si Federación o UEFA, a la espera de solución, otro no menos importante para el interés general sigue hibernando. Es el del nombramiento de seleccionador nacional, que es de una urgencia indiscutible.

A mes y medio vista el inicio de la fase de clasificación para el Mundial 2018 y a poco más de dos el reencuentro con nuestro verdugo en la Eurocopa, el puesto que deja vacante Vicente del Bosque continúa sin inquilino. Es más, hasta se habla de una terna de transición formada por tres técnicos de plantilla sin el mínimo currículo exigible para puesto tan importante. Parecía que el 14 de julio iba a conocerse el elegido, pero ha pasado casi una semana y ni una sola noticia.

Este estado de cosas tan opaco no tiene razón de ser y es como si Villar no estuviese convencido de cómo se aceptaría el nombre que a él más le seduce. Y es que el nombre que le gusta al presidente es el de Joaquín Caparrós. Sus cuatro temporadas en el banquillo local de San Mamés junto al buen cartel ciudadano que dejó en Bilbao han convencido al muy bilbaíno Ángel Villar y lo que no se acaba de comprender es por qué no da el paso adelante y hace público su nombre.

Particularmente, creo que Joaquín Caparrós haría muy bien ese papel de seleccionador nacional. Se arguye en su contra su concepto de ganar como sea, de llegar a la meta sin importarle los medios. Pero es que ganar como sea lo quieren todos, como todos quieren tener a los jugadores idóneos para ganar con brillantez. El seleccionador puede elegir al mejor plantel y como, además, el discurso de Joaquín en el vestuario hace vibrar a su gente, pues buen seleccionador habríamos.