La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Objetivo, el Rey
Tenía Juan Parejo más razón que un San Fernando cuando señalaba ayer la falta de actos sevillanos en la conmemoración del 800 aniversario del nacimiento de Alfonso X de Castilla, alias El Sabio. Al parecer, Toledo, otra de las grandes ciudades alfonsíes, ha estado más ágil y lista y ha montado una auténtica apoteosis de homenajes y actividades en torno al que fuese hijo de Beatriz de Suabia, más conocida aquí por darle el nombre a larga calle de Nervión que por ser una monarca a la que su propio hijo le dedicó una de sus famosas Cantigas. Los toledanos, al igual que los sevillanos, le han cogido el tranquillo a eso de las conmemoraciones históricas y habrá que ir con mil ojos para que no nos pisen otro cadáver exquisito, más en estos tiempos del Todo por el Turismo, aunque sea cultural. Cuando no hay industria, de algo hay que vivir.
A Alfonso X le debemos los sevillanos muchas cosas. Quizás la más importante es la conquista del Bajo Guadalquivir y el impulso que le dio a una aldea mora, Alcanatif, a la que se rebautizó con el muy hermoso nombre de El Puerto de Santa María, territorio sagrado para taurinos, sibaritas del pescado frito y bañistas de diferentes linajes. Últimamente he escuchado a alguien decir que sin personajes como el Rey Sabio hoy las mujeres irían en burka por las calles de España. Son exageraciones y ganas de llamar la atención. Pero podría haber sido peor. Nos podríamos haber quedado sin el Fino Pavón, el Bar Vicente-Los Pepes, las casas de los cargadores de Indias (que se están cayendo de puro abandono), La venganza de don Mendo y Marinero en Tierra. ¡Ah!, y el toro de Osborne, cuyo autor, Manuel Prieto, era tan portuense como el antiguo vaporcito o los vendedores de papas fritas por la playa.
A Alfonso X Sevilla le debe también su logo municipal, el No-Madeja-Do (hoy igual de moderno que en el siglo XIII), que los foráneos aún confunden con el noticiero franquista, y su mausoleo de la Capilla Real, que realizaron muy tardíamente Carmen Jiménez y Antonio Cano, el mismo del monumento a Juan Sebastián Elcano, junto al Costurero de la Reina, según me descubrió recientemente el pintor David López Panea. Aparte, por supuesto, están las cosas de siempre: la Mesta, Las Siete Partidas, Las Tablas Alfonsíes, la Escuela de Traductores y el impulso como lengua literaria del galaico-portugués (¡Cunqueiro!)... En fin, que hemos perdido una oportunidad para honrar a un monarca que tuvo la talla de un Carlomagno ibérico y, sobre todo, de arrancar unos cuantos milloncejos a alguna oscura dependencia estatal que no esté manejada por republicanos.
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