APASIONANTE este tramo final de la Copa del Rey y si la noche anterior nos habían obsequiado con una sobredosis de caviar, anoche en la otra punta de Madrid, dos equipazos plagados de hombres nos ofrecían un recital de virilidad, coraje y entrega. Al final, un 2-1 que sabe muy bien para que cuando a finales de mes tenga que dilucidarse el pleito, sepa el Sevilla que no tiene por delante ninguna misión imposible, por supuesto que no.

Se llega al ecuador del partido con el Sevilla pidiendo a gritos la hora y con Diego Costa errando ocasión tras ocasión. Eso no va en desdoro de un Sevilla que emuló al Atleti en algo que constituye una de sus principales señas de identidad, la intensidad. A la elaboración colchonera oponían los blancos mucho orden, una concentración tremenda y una disciplina táctica considerable. Así las cosas, el juego iba y venía hasta que el Atleti supo compatibilizar intensidad con elaboración.

Fue esta fase muy variopinta, con alternativas en las que se unieron la susodicha intensidad y unas imprecisiones poco acordes con el acontecimiento. El Atleti, no obstante, se encontraba incomodado por un Sevilla que apenas salió en ataque y que tuvo su única ocasión de gol en una genialidad de Negredo que no entró porque el arquero rival es Courtois, un porterazo que une a su envergadura de pívot baloncestístico una jerarquía y una seguridad considerables.

Pudo llegarse al descanso con la eliminatoria muy cuesta arriba para el Sevilla, pero los de Emery llegaron a ese punto bien vivos. Igual de vivos que llegarían al final mediante un segundo tiempo trepidante en el que casi siempre fue mejorque el rival. Pasó que la ensalada de penaltis y expulsiones favoreció al Atleti, pero no lo suficiente como para evitar todo un mes de ilusión y de esperanza que debe impulsar al Sevilla para que el cambio que experimenta con Unai se confirme.