DESPIERTA un día grande, pues no puede hablarse de posibilidades sino de realidades. En condiciones de normalidad, a ver ¿quién duda de que el Sevilla va a vivir en mayo la duermevela ilusionante de llevar más plata para sus vitrinas? Ni siquiera las expulsiones de La Romareda o el mírame y no me toques en que se halla ese futbolista milagro llamado Kanoute son argumentos como para echarle agua al vino de la ilusión que vive el sevillismo. El Getafe es un buen equipo, pero no lo suficientemente aguerrido ni contundente como para que pueda repetirse lo que al Sevilla le ocurrió hace un año en la leonera.

Aquel varapalo debió de acarrear las debidas enseñanzas como para que la tropa de Jiménez no reincida. Getafe no es Bilbao y el Coliseum Alfonso Pérez se parece a San Mamés como, por ejemplo, se parece un huevo a una máquina de escribir. Nada que ver y eso que el Getafe es mejor equipo que el bilbaíno, pero es que no todo consiste en lo que atesora el equipo de Míchel. La testiculina no es la misma y, por supuesto, el acongojamiento que el árbitro suele sufrir en un sitio no tiene nada que ver con lo del otro. En fin, que no hay motivo alguno para el pesimismo, siempre y cuando aparezca el Sevilla de la cal y no el de la de arena que vimos a orillas del Ebro.

Es ésa la cuestión, qué Sevilla será el que aparezca por la bocana de vestuarios del Alfonso Pérez. Si es el que se agarra al partido por los cuernos desde el minuto inicial o el que especula desde una alineación surrealista. Seamos optimistas en cuanto a la alineación, pues Jiménez suele asirse a lo mejor que tiene en las grandes solemnidades y deja sus ataques de entrenador para cuando está pensando en otra cosa, en otro partido. Y como hoy es el partido del año, uno de esos partidos del año que el Sevilla juega tan a menudo, no hay por qué ponerse en lo peor. Jiménez alineará a lo mejor de que dispone; eso, al menos, es lo que todos pensamos que hará.