la ciudad y los días

Carlos Colón

Solenrostro

DOMINGO de Ramos. Venía San Roque por la Ronda derrotando pesimismos con la medida prisa de las cofradías sabias llevadas por capataces serios, andando casi a paso de mudá sin descomponerse. Por el contrario: con elegante poderío. San Roque es sabia en esa ciencia misteriosa llamada Sevilla y rebosa esa indefinible virtud a la que, por no poder darle nombre, se llama sevillanía. Por eso le dieron al Señor de las Penas tan valientes roleos en el año de gracia sevillana de 1929 y a la Virgen de Gracia y Esperanza palio de música bordada. Por eso le dan Centuria Macarena al Señor, Nieves de Olivares a la Virgen y Villanueva a los dos pasos.

Venía San Roque por la Ronda, decía, bajo un cielo gris que ofendía al Domingo de Ramos. El Señor con un son romano de Escámez que parecía resucitar la Ronda de adoquines, garajes, almacenes y vías del tranvía; la Virgen a los de Pasa la Macarena y Corpus Christi. Al girar en la Puerta Osario para adentrarse en Sevilla por Puñonrostro el sol se rindió a los dos pasos, haciendo brillar roleos y bordados, densificando inciensos, nimbando los rostros del Señor de las Penas y de su Madre de Gracia y Esperanza. Mano dorada que acaricia, no puño gris que amenaza, tendió Sevilla a San Roque en esa calle que debía llamarse Solenrostro.

Lunes Santo. Lloraban azahares los naranjos adultos de la hermosa Fox Morcillo y los naranjos jóvenes de Serrano y Ortega. No salía el Cautivo. Si esta montaña de ternura no va al encuentro de su barrio y de Sevilla, su barrio y Sevilla van a su encuentro. No se cabía en Santa Genoveva. Consolaba el Cautivo a los suyos. No había lágrimas allí, sólo emoción contenida. Era su barrio el que lloraba lágrimas de azahar por el Cautivo, tapizando de menudas hojas blancas sus calles como si las hubieran alfombrado con bordados de Olmo, convertida en perfumada agua de azahar la lluvia traicionera, pura ausencia de capas negras y túnicas blancas Almirante Topete. Por la barra del Bar Benito desfilaban los soldaditos de Pavía con sus fusiles invertidos, a la funerala, en señal de duelo.

Martes Santo. A la una sonó la campana de la parroquia del Cerro como no sonó el lunes la de San Andrés: a muerto. Por segundo año consecutivo no salía su cofradía. Los años sin salir de las hermandades de barrio duran más que los de las del centro. Marcan su duración la sensibilidad de los niños y la medida del tiempo de los ancianos. No saliendo, las hermandades de barrio cumplen su penitencia más dura. Con esto ya cumplieron el Tiro Línea y el Cerro su mortificación. Pero las suyas son también estaciones de gozo. Y gozo no hubo.

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