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Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Suspiros del Arco (y II)

La difícil tarea de Fernández Cabrero y su junta es cabalgar un huracán, gobernar la desmesura, restaurar la gracia

Dice Juncosa en una obra de Muñoz Seca y Pérez Fernández: "A mí que no me hablen de religión porque yo no creo en Dio ni pero donde se ponga la Virgen de la Macarena a eso del amanesé por la calle Arcásares (…) me pego con mi padre que me diga que no hay Dio, porque la Macarena es la Madre de Dio… Pero del de aquí: ¡er nuestro!, no del que hay que desirle las cosas en latín pa que las entienda; el hijo de la Macarena, a la que se le habla como nosotros hablamos". Dado que ambos eran monárquicos y católicos -lo que a Muñoz Seca le costó ser fusilado en Paracuellos- no estamos ante una de esas versiones "heterodoxas" de la Semana Santa que tanto se jalean desde hace unos años siguiendo la sevillana costumbre de desenterrar a unos (los "heterodoxos" Núñez Herrera, Chaves Nogales, Galerín) para enterrar a otros (los "ortodoxos" Sánchez del Arco, Ortiz Muñoz, Díez Crespo) con la misma arena de prejuicios con que se había enterrado a los primeros.

La obra es Anacleto se divorcia y fue estrenada en el Cervantes por la compañía de Rosario Pino en 1932. Juncosa expresa el sentimiento popular que hizo la espontánea grandeza popular de la Semana Santa regionalista y costumbrista de Rodríguez Ojeda, Olmo, Torres, Centeno, Font de Anta, Farfán, Palacios o Franco que Sánchez del Pando y Serrano fotografiaron, García Ramos y Juan Miguel Sánchez pintaron, y los cronistas "ortodoxos" y "heterodoxos" reflejaron. La que va, por decirlo en macareno, del manto de malla al de tisú. Las cumbres de esa devoción popular eran el Gran Poder y la Macarena.

Hay quienes invocan aquella Semana Santa para legitimar como espontaneidad y creatividad la vulgaridad gamberra y la cursilería amanerada de la actual. Mienten. Todo ha cambiado, menos la devoción mayoritaria al Gran Poder y la Macarena. Por eso gobernar estas dos hermandades comporta la mayor responsabilidad. A lo que en el caso de la Macarena se añade la dificultad de su carácter de barrio y universal, alegre pero no superficial, serio pero no triste, popular pero no vulgar, espontáneo pero no gamberro, elegante pero nunca amanerado. La naturalidad propia, como escribió Montesinos, de lo que es "no aprendido, sino heredado, yéndole en la sangre". Esta es la difícil tarea de Fernández Cabrero y su junta de gobierno: cabalgar un huracán, gobernar la desmesura, restaurar la gracia.

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