La ciudad y los días

carlos / colón

Svetlana y los perros de El Saucejo

QUISO la casualidad que estuviera leyendo el sobrecogedor y emocionante La guerra no tiene rostro de mujer (Ed. Debate) de la premio Nobel Svetlana Alexiévich el día que se hacía pública la salvajada que unas malas bestias han perpetrado en un refugio de animales de El Saucejo, envenenándolos y torturándolos hasta la muerte. "El ensañamiento ha sido tal -leo- que no sólo ha impactado a los responsables del refugio, sino a los agentes de la Policía Local y de la Guardia Civil que se desplazaron al recinto". Es la maldad pura que obtiene placer con el sufrimiento de animales indefensos.

El libro recoge testimonios de mujeres rusas que participaron en la Segunda Guerra Mundial en el infernal del frente del Este. Doctoras, artilleras, pilotos o enfermeras descienden con palabras sencillas a ese infierno que nunca había sido narrado desde el punto de vista de la mujer. Lo pueden imaginar: sangre y fango en verano, sangre e hielo en invierno, sangre siempre, chapoteando en ella dentro de las trincheras, agonías interminables, compañeras a las que los alemanes les han cortado los pechos y sacado los ojos, sufrimiento y crueldad por todas partes… Pero en ese infierno, aunque parezca imposible, quedaba lugar para la compasión. Hasta hacia los animales.

Una enfermera cuenta que en una estación había dos trenes parados. Uno transportaba heridos y el otro, caballos. Atacaron los aviones alemanes. Los trenes se incendiaron. "Empezamos a abrir las puertas para que los heridos pudieran escapar, y todos ellos se lanzaron a salvar a los caballos…. No hay nada más terrible que el relincho de los caballos sufriendo. Ellos no tienen la culpa, no son responsables de las fechorías que cometemos los humanos. Ninguno corrió a esconderse en el bosque, todos trataron de salvar a los caballos. ¡Todos!". Una artillera cuenta: "En el otoño tardío volaban los pájaros… Unas bandadas largas, muy largas. Y la artillería, la nuestra y la alemana, disparando, y los pájaros volaban. ¿Cómo advertirles? '¡No voléis por aquí!" ¡Están disparando!' ¿Cómo avisarles? Los pájaros caían, caían al suelo…".

Que en el corazón de quienes vivían lo peor que un ser humano pueda vivir quedara una chispa de compasión hacia los animales, da la medida de la sádica carencia de humanidad de estos tipos que en tiempos normales se han cebado con los indefensos perros del refugio.

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