La ciudad y los días

carlos / colón

Tarde de Cabalgata, noche de ilusión

ESTABA el amigo que me lo contó en Casa Moreno, el santuario en el que nuestro común amigo Bañuls daba culto a la amistad y a Baco, cuando entró una joven beduina que había desfilado en el cortejo de un Heraldo de los Reyes Magos. Allí la vio un niño de cortísima edad que paseaba con sus padres. Se paró en seco la criatura, al ver al exótico personaje que tanto le recordaba a lo que pasará esta noche. La beduina lo vio y le dio un puñado de caramelos. El niño se quedó encantado. Los padres -esto no me lo ha contado mi amigo, pero me gusta imaginarlo- le debieron decir lo que todos los padres de todos los niños de Sevilla les dicen, tirándoles de la mano o empujándoles para vencer su timidez, cuando un paje, un beduino, un Rey Mago o un nazareno les da un caramelo: "niño, da las gracias".

Pero el niño estaba en lo suyo, dándole vueltas a algo importantísimo. A lo más importante, para él, estos días. Por fin, tras mucho pensarlo, le preguntó: "¿Tú conoces a los Reyes Magos?". La beduina le dijo que sí. Al niño se le pusieron los ojos como platos. Ni carta, ni Cartero Real, ni nada: tenía ante él a una amiga de los Magos. No desperdició la ocasión y le pidió que les dijera que le trajeran lo que había pedido. "¿Y qué has pedido?", le preguntó la embajadora. "Un caballo". Apunta maneras el niño. Porque no creo que se tratara de uno de cartón con los ojos pintados y sobre una plataforma con ruedecillas de latón que nos regalaban a los niños de los años 50 o de plástico y con cola de lana que les regalaban a los niños de los 60 (y que tan misteriosa capacidad tenían para atraer churretes). La beduina se comprometió a hacerlo.

No sé si mañana habrá relinchos en la casa del niño o lágrimas de decepción. ¡Qué más da! Todos hemos pedido cosas que los Reyes nunca nos trajeron. Y eso no hizo sino acrecentar una ilusión por tenerlas que aún hoy nos corretea alegremente por dentro cuando lo recordamos. Los deseos no cumplidos generan ilusiones longevas, en vez de desengaños, en los corazones tan sencillos como el de la Felicitè del cuento de Flaubert. Así que hay que tenerlo siempre. Y más hoy.

Si esto pasó en Casa Moreno, imagínense qué no se pedirá y se esperará esta tarde y esta noche, desde que el Ateneo nos regale otra vez la Cabalgata hasta que en las casas dormidas, de madrugada, se oigan unos pasos llegando hasta la salita en la que aguardan los zapatos.

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