Visto y Oído

francisco / andrés / gallardo

Tóxicos

EL carácter ceñudo de Chicote se ha convertido en su sello y en su éxito. Es el más gruñón y sincero de la pantalla, un gladiador que sería capaz de combatir contra todas las alimañas que se refugian por los debates de Mediaset. Pero detrás la coraza de maestro exigente se halla un auténtico osito de peluche, capaz de enternecerse como un filete de añojo en cuanto observa que el personal se derrumba. O cuando hay que aliñar con esa moraleja optimista que, sea como sea, ha de cerrar cada entrega de Pesadilla en la cocina. Esta semana tocaba una panda de juerguistas metidos a camareros que aparentaban trabajar en el local de un amigo. En circunstancias normales la decisión más lógica y sabia sería despedir a tal conjunto incompetente y vividor, como reconocían los padres del dueño, pero en La Sexta, tan crítica con la reforma laboral, no están bien vistos los despidos. A su manera Pesadilla encaja a la perfección con la cadena que es la pesadilla en la cocina del PP, como han lloriqueado algunos de sus representantes.

Chicote es el azote de las cosas mal hechas, pero en su mensaje nunca estará el de prescindir de los trabajadores tóxicos. Incluso en las re-visitas de hace un par de semanas, con el regreso a locales que tuvieron su oportunidad con el chef, Chicote volvió a vérselas con algunos de los peores ejemplares humanos que ha tenido. Siendo nefastos, y despedidos después en su mayoría, el anfitrión volvió a tenderles la mano y a desearles que les vaya bien. Por muy mal carácter que tenga, el equipo de Chicote no se puede permitir que el programa termine con mala cara. Para la vida real es una enseñanza diplomática. Pero tengan seguro que los tipos tóxicos cuanto más lejos estén de nosotros, mejor.

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