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HE tenido ocasión de pasar ocho horas en Urgencias de un gran hospital andaluz. Dan para mucho y aunque hubiera que compartirlas con los cuidados médicos que recibía el enfermo que llevaba conmigo, las dediqué a observar a los humanos, cosa que me gusta mucho. Por eso no hablaré del magnífico funcionamiento del Sistema Andaluz de Salud, ni del buen hacer del personal sanitario o de los auxiliares de ellos. Diré, no obstante, que en las muchas conversaciones mantenidas con los diversos especialistas, encontré personas cercanas, vocacionales, preparadas y amables. ¡Cómo agradece el enfermo la charla banal mientras recibe un tratamiento algo invasivo! Te cuentan de dónde son, qué tiempo llevan en el hospital, cuál es su especialidad y por qué la eligieron, qué hace un ciudadano de Ecuador en un hospital andaluz y por qué lo escogió para formarse de entre todos los españoles, etc, etc. El enfermo, a cambio, le pone al corriente de su mal, de su vida familiar y hasta de sus ideas sobre lo divino y lo humano.

Pero íbamos a la observación de quienes pueblan las Urgencias. El trajín es enorme. Y la diversidad también. No se ve gente de la alta sociedad, pero sí clase media. Y mucha población humilde, e incluso personas habituales de la marginalidad. La primera reflexión es obvia: ¡cómo iguala la enfermedad!. Ante ella sólo hay un cuerpo, igual en sustancia a otro cuerpo, que sufre y tiene miedo. Y cómo homogeneiza la sanidad pública: no hace distingo, más que en función de la gravedad y perentoriedad que el mal requiere. Qué lección de humildad para los pudientes, y qué subida de la autoestima para los poco adinerados. La mirada de aquéllos es algo incomoda; la de éstos de clara satisfacción, como la del que disfruta de algo recientemente propio.

Otra cavilación suscita la presencia de tanta persona de extrema marginalidad: por qué no se ven con la misma frecuencia en los centros de Salud que en las Urgencias hospitalarias. Tal vez no tengan cultura de conservar la salud con la medicina ambulatoria y preventiva. Acaso huyen de cualquier sistema y sólo acuden a él in extremis. Los mismo parece ocurrir con la población perteneciente apegados a sus costumbre, a menudo exacerbadas, y poco dados a mezclarse.

Y otra: en los tablones suelen colgar notas informativas del personal. El SAS funciona de forma excelente, aunque aquél tendrá opiniones acerca de cómo mejorarlo. Llama la atención que no haya nota alguna referida al recorte salarial de los empleados públicos. Deduzco que se ha entendido la medida. Están insertos en una de las piezas nucleares del Estado del Bienestar, en su expresión quizás más solidaria y redistributiva. Está claro: no son controladores aéreos.

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