DERBI En directo, la previa del Betis-Sevilla

LAS leyes, como las salchichas, es mejor no saber de qué están hechas y bien lo sabe el rey del trágala y a la sazón presidente del Gobierno, figura delicuescente que ya sólo puede confiar, como el dictador verde oliva, en que la historia le absuelva.

Es que (casi) nadie se cree que a Zapatero se le haya ocurrido porque sí enfangar un poco más si cabe su despedida pellizcando a esa que parecía intocable. "Deberemos evaluar exactamente de dónde viene la decisión, quién propone y quién impone las circunstancias", sentenciaba ayer el portavoz parlamentario de los socialistas catalanes, que la pueden liar y gorda si parte de sus 25 diputados en la Carrera de San Jerónimo rompieran la disciplina de voto y se echaran al monte del referéndum, que estaría servido si los diez de CiU también se plantaran como harán -seguro- los de IU, BNG, ERC, CC y UPyD o -quizá- el PNV, esas minorías que se sienten ahora pequeñas, enanas, nada... ante los dos gigantes y el hedor a plutocracia.

La necesidad de acabar con la discriminación en la sucesión de la Corona o la de dotar al Senado de galones para hacer de la Cámara Alta un verdadero órgano de provecho han tenido que agachar la cabeza ante la arrolladora irrupción. Y la calle, atónita, sentencia que más allá de pertinencias o necesidades, que estas urgencias ni parecen ni son serias. Zapatero dijo que el poder no le iba a cambiar pero con este traumático último tramo no hay quien pueda: forzado a practicar ajustes de los que abominaba, con un candidato que se desmarca como puede de sus políticas, con el partido en llamas y del brazo, alguna vez le tenía que pasar, de Rajoy.

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