Visto y oído

Antonio / Sempere

Vaya tribu

TELEVISIÓN sin publicidad no es lo mismo que televisión sin pausas. Parece una obviedad, pero es preciso aclararlo en estos momentos en los que hay quienes se atreven a cuestionar la ausencia de anuncios en las cadenas públicas, insinuando que ni siquiera tendremos tiempo de ir al baño o a la cocina. No es cierto.

Para eso están las promociones y las autopromociones, que esperemos fluyan a buen ritmo. Desde siempre, las emisoras de la radio pública han funcionado sin publicidad. Pero eso no significa que hayan soslayado las cortinillas, los avances de programación, esa entonación que propician los puntos, puntos y seguidos o puntos y aparte, facilitando la escucha de los oyentes.

Con la televisión ocurrirá exactamente lo mismo. Ya hay precedentes. En determinadas franjas horarias, los programas de La 2 se emitieron sin anuncios, lo que nunca significó que saliesen en antena sin pausas. Algunas veces incluso los propios presentadores aludían a ella. Lo que veíamos después de la careta del programa no eran más que un par de promociones de otros espacios, y vuelta a empezar.

Se mire por donde se mire, para el espectador, como para los oyentes, la ausencia de publicidad sólo trae ventajas. En el otro extremo, en el de la saturación publicitaria, está el caso singular de Tele 5.

Esta cadena que se permite emitir veinte spots en una de las interrupciones del programa de Ana Rosa, regresar a plató para que ella diga 'ha sido un placer, hasta mañana', y volver a emitir otros veinte anuncios, sin aclarar nunca cuándo toca programa y cuándo teletienda. Menos alarmismos, pues, hacia la televisión sin publicidad.

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