EL alcalde de Sevilla no tuvo el martes el don de la oportunidad ni el de la adivinación. En vísperas de anunciarse el fallo en el juicio por las facturas falsas en el Distrito Macarena, Monteseirín dijo que el caso "se está desinflando total y absolutamente desde los puntos de vista político y mediático, y se queda en el fondo del asunto: que no se hicieron las cosas bien, que hubo errores de gestión". El veredicto concreta el fondo del asunto. Delito.

Las cuantías de este tejemaneje son muy pequeñas, esta es una corrupción de pequeña escala. Ni Marín es el fundador de Gescartera ni Pardo se lo ha llevado como Madoff. Pero el dinero del contribuyente es sagrado y no hay excusa posible para admitir descuidos, ya sea un puñado de euros o la tela del telón. Cuando se minimiza la importancia de la malversación y el chanchullo en función del montante, se bordea la falta de principios y la tolerancia al compadreo.

En días como hoy, que diría Juan Ramón Lucas, quien realiza esta mañana su magacín radiofónico desde el Consistorio hispalense, cabe recordar cómo durante meses Monteseirín y su guardia pretoriana negaron la menor y la mayor de este asunto. Demonizaron a la oposición y a los periodistas que osaban indagar o analizar. Cuando se quejan de que el caso Macarena ha generado mucho más ruido mediático del que merece, son incapaces de comprender que ellos son los responsables de mantenerlo vivo en exceso. Porque, como otros profesionales de la política, no zanjan de raíz los abusos de poder al considerarlos parte de la permanente disputa entre los nuestros y los suyos.

No tienen más estrategia que tapar a los de su equipo y pegar bocados a los de otras siglas cuando cometen las mismas tropelías que ellos. Hasta que el exceso de confianza se sustancia en los tribunales, y con el respeto al veredicto adverso se desmarcan de lo que fue su estrategia durante la mayor parte del caso.