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La tribuna

Luis Felipe Ragel

'Very important dueños'

SOPORTÉ un buen chaparrón cuando tuve ante mí a Wenceslao. Me reprochó que no me hubiera acordado de él desde el artículo de La americanización, que se publicó en octubre del año pasado. Tuve que escudarme señalándole que me siento inclinado a hablar sobre temas de actualidad y que él no me aporta demasiado en ese sentido.

-Para mí, un tema de viva actualidad es que el pasado 12 de septiembre murió Claude Chabrol, el último de los grandes cineastas franceses, que ha dejado obras maestras como El carnicero y Los fantasmas del sombrerero, rodadas en ambientes apacibles, alejados de las grandes ciudades, en las que unas personas aparentemente normales esconden en su interior a los más feroces asesinos.

-También murió hace unos meses Eric Rohmer, otro de tus favoritos -añadí.

-Pero Rohmer ya estaba decayendo en los últimos años. Por el contrario, Chabrol mantenía un nivel muy alto. Menos mal que me quedan las chicas: Agnès Jaoui, Cécile Telerman, Catherine Corsini y Julie Delpy -suspiró profundamente-. Más vale que hablemos de otra cosa.

Aproveché esa pausa para contarle lo que me había sucedido la tarde anterior. Iba paseando tranquilamente con mis perritos cuando se nos acercó a la carrera un perro negro, mucho más grande que los míos. En dos segundos, se armó una buena trifulca entre los animales. Mientras tiraba de las correas tratando de apartar a mis perros del agresor, observé que se acercaba con pasmosa tranquilidad un chaval de unos 16 años que llevaba una correa en la mano. Le dije que se apresurara y, como me había puesto nervioso, agregué una interjección malsonante, lo que está mal, lo reconozco. En lugar de disculparse por su descuido, el muchacho se salió de la legalidad, entró en el Código Penal y comenzó a amenazarme. Al percatarme de que se trataba de un delincuente, opté por retirarme de la escena sin contestarle.

-Esas personas anteponen la comodidad de llevar sueltos a sus perros, aunque sea a costa de molestar a los demás -dije, a modo de conclusión-. Para ellos, lo importante son sus animales. Eso me evoca el título de una película muy peculiar, aunque medianita, que seguramente recordarás. Es casi un documental: Very important perros, de Christopher Guest. Por lo general, el perro es tontorrón, curioso e incluso indiscreto porque, si lo dejas suelto, más de una vez irá a olisquear las partes íntimas de los seres con los que se cruza; puede molestar a alguna persona al acercarse demasiado o entrar en conflicto con otros canes y armar una riña tumultuaria. En algunos casos, los perros producen daños irreparables; por eso las normas obligan a llevarlos atados con correa y, los que son potencialmente peligrosos, incluso con bozal.

-Te equivocas. Lo importante son los dueños: Very important dueños -sentenció mi amigo-. Salir a la calle acompañado de un perro no es ninguna tontería: el sublime acto de soltarlo significa que lo tienes controlado, que sabes que no hará ninguna trastada. Hay que tener mucha categoría humana para tomar esa decisión. Hay que sentirse un ser superior, un superhombre o una supermujer, para pensar: "¡Hala, te voy a soltar: seguro que te portarás bien y no molestarás a nadie!". No, no te rías. Es exactamente lo que pensaba Friedrich Nietzsche al escribir: "El hombre superior se distingue del inferior por su intrepidez y el desafío que lanza al infortunio".

-Creía que ibas a ponerte de mi parte -apostillé, decepcionado.

-¿Y ponerme en contra a las tres cuartas partes de los dueños de perros? Soy un ser inferior y no quiero asumir ese riesgo. Mira lo que te pasó a ti. Escribiste una novela en la que uno de los protagonistas interrumpe una relación porque la chica aparcaba su coche en doble fila, porque eso revelaba una manera de ser que él no compartía. Al escribir eso te echaste encima a todo el colectivo de los conductores que piensan que su tiempo es oro y que no van a perderlo inútilmente buscando un aparcamiento a trescientos metros de distancia. Eso mismo le sucede a la persona que deja suelto a su perro. Esos conductores no comprarán tu libro y, lo que es peor, no hablarán jamás de él, que es el castigo más infamante que pueden infligirte. Tu personaje no reparó en que su chica era realmente un ser superior porque, cada vez que aparcaba así lanzaba un desafío al infortunio. A ella no se le ocurriría pensar que su coche pudiera molestar a los demás, que pudiera impedir alguna maniobra a los demás vehículos.

--Y si se lo hubiera planteado, ¿qué habría pensado?

-¡Que se fastidien y esperen lo que sea preciso! Que cumplan el papel secundario que se les ha asignado.

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