Acción de gracias

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Es una obviedad: la única forma de crecer que tiene el hombre es estar al lado de las mujeres, con ellas, por ellas

Todo resulta perturbador en el vídeo de la residencia: ese grito primitivo y violento, un bramido que hiela la sangre y proviene de una oscuridad antigua, el terrible mensaje, esa performance en la que unos y otros levantan la persiana y se suman a esa liturgia de la vejación, el aullido colectivo con el que se remata la secuencia, el hecho de que más tarde las jóvenes del otro colegio mayor atribuyan despreocupadas a una tradición que las llamen putas y ninfómanas. Son unos muchachos que empiezan su vida adulta en un tiempo en el que nos creíamos evolucionados, pero perpetúan una penosa herencia que divide el mundo en lobos y en presas, en machos y hembras, en depredadores y trofeos de caza. Desde que la oímos, algunos nos preguntamos sobrecogidos qué lleva a esa voz a semejante fiereza, a tal desprecio, cómo vuelve en esa garganta joven el eco ancestral de la caverna, ese discurso hostil, implacable, contra las mujeres.

Circula en las redes otro vídeo muy distinto, éste emocionante, que invita a la esperanza. En él, grandes actrices del cine francés -Juliette Binoche, Marion Cotillard, Isabelle Adjani, Isabelle Huppert- se cortan ante la cámara un mechón de pelo en solidaridad con las mujeres iraníes, en recuerdo de Mahsa Amini, la joven que murió por los golpes y el castigo que recibió de la Policía de la Moral por tener el velo mal colocado y dejar entrever algo de sus cabellos. Para mí, para muchos otros, las protestas que estas semanas están llevando a cabo las jóvenes iraníes -los jóvenes iraníes: por fortuna hay hombres sumados a la causa- reclamando libertad para las mujeres y jugándose la vida al hacerlo conforman uno de los episodios más bellos y conmovedores de lo que está ocurriendo en el mundo, una especie de flor en una actualidad siempre tan árida, y sin embargo da la impresión de que los telediarios pasan de puntillas por esa historia de dignidad y de coraje, como si nos quedara lejos, como si no nos interpelara. Por eso reconforta ver en ese vídeo a Charlotte Gainsbourg acercar unas tijeras a su madre, Jane Birkin, y quitarle con delicadeza un mechón de su pelo: porque nos recuerda nuestra obligación como ciudadanos del mundo, la de no cerrar los ojos ante la injusticia; porque nos dice que la conquista de la igualdad es una meta a la que deberíamos aspirar todos.

Es una obviedad, pero vivimos en una época extraña donde a veces hay que remarcar lo evidente: la única forma de crecer que tiene el hombre, si quiere contemplarse como un ser íntegro y decente, es estar al lado de las mujeres, con ellas, por ellas, por mucho cavernícola y mucho represor que pretenda impedirlo con su furia.

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