EN la vida, muerte y resurrección de Jesús nada ocurre porque sí, todo tiene un orden cabal, un significado preciso y un fin exacto. Cuando el ángel, en el amanecer del domingo, se dirige a las mujeres asustadas, no sólo les anuncia la buena nueva, sino que les indica qué hacer, cuál es la consecuencia que, para ellas y para los discípulos de entonces y de ahora, ha de tener la victoria irracional y prodigiosa del Cristo redivivo: "Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis" (Mt. 28,7). El propio Jesucristo, como si no quisiera que la importancia del mensaje se perdiera o se trastocara, inmediatamente les sale al encuentro y lo reitera: "Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán" (Mt. 28, 10).

La cita es, pues, en Galilea. Es el lugar escogido por el Maestro para culminar su enseñanza. Quien lo busque no lo hallará en el sepulcro vacío, ni éste es, desde luego, la terminación de su ministerio. La Iglesia de todos los tiempos -y cada uno de nosotros, sus seguidores- ha de encaminarse, tras la Pascua, a ese mismo sitio donde nació la idea, tiene que regresar a los orígenes y acoger, con una luz renovada, cuanto Jesús predicó con su palabra y con su obra en aquella tierra de frontera.

La Resurrección no se agota en su propia maravilla. Es más, resultará inútil si no conmueve los corazones y les lleva a reiniciar, justamente desde el principio, la senda que Él alumbró. Galilea es la ribera del lago y el escenario de la primera llamada. Es el monte de las Bienaventuranzas y el territorio en el que Jesucristo otorgó una dimensión revolucionaria a la antigua ley, petrificada y sin alma. Es también el refugio de la utopía, la pureza naciente, el manantial del que brota el agua cristalina de su plan salvífico.

Podríamos preguntarnos -la observación es del teólogo y misionero claretiano García Paredes- dónde se encuentra la Iglesia de hoy, si en la Galilea carismática o en la Jerusalén confortable y amurallada del rito hueco, de la rutina burocrática y el riesgo siempre evitado. Podríamos, incluso, descender del marco institucional, con sus obvias implicaciones, y plantear el interrogante en el espíritu de cada uno de nosotros, permanentemente invitados a esa comprometedora reunión extramuros. "Voluntad de Jesús -recuerda García Paredes- es que no dejemos de soñar, ni de ver visiones, ni de esperar milagros, ni de caminar, ni de luchar contra el mundo viejo. Hemos sido [estamos siendo] convocados a la nueva evangelización".

Ésta es la verdadera lógica del aviso: porque es posible, porque la muerte no pudo -ni puede- someternos a su imperio, volvamos a acoger, con ilusión y valentía, la santa locura del Nazareno, retornemos, ya sin miedo, a Galilea. Él, adelantándosenos, con infinito amor y eterna paciencia, allí otra vez nos espera.

Tags

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios