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Francisco correal

Periodista

Zoquetes cum laude

Adiós a la cultura del esfuerzo, de esa ecuación que uno aprendió leyendo a Proust

Se lo leí a Javier Marías: "En la historia de la humanidad es la primera vez que la imbecilidad está organizada". El aserto no ha perdido veracidad ni fiereza conceptual en los tiempos de la pandemia, este cólera sin Gabo que nos invita al amor virtual, cortesano, intangible. Cito a Marías porque recordé la frase en una de las recientes visiones del Telediario. Las ministras deberían ponerse de acuerdo para no contradecirse en sus pronunciamientos. En el nuevo proyecto de ley de Educación, la titular del departamento, la señora Celaá, tan ursulina en sus modales, tan dulce cuando cruje, tan arisca cuando compadece, defiende que se pueda saltar de curso con suspensos. No deja de ser la democracia perfecta: a las cumbres puede llegar cualquiera. Esta monja laica se ha tomado al pie de la letra una de las sentencias más hermosas y conmovedoras de los Evangelios: "Misericordia quiero y no sacrificios". Adiós a la cultura del esfuerzo y del sacrificio, de esa ecuación que uno aprendió leyendo a Proust, sabedor que después de cuarenta páginas infumables el lector persistente recibía como premio un fogonazo de asombros, una intuición literaria formidable, un parón en el tiempo para relamernos en la poción de palabras tan hermosas. Si hay sacrificio, vendrá beneficio. Si sólo hay beneficio, no tardará en llegar el sacrificio. Lo aprendí leyendo a Proust y se lo transmití a mis hijos, pero ahora viene la nueva ley igualando por abajo y consagrando a los zoquetes cum laude. En el mismo telediario apareció una directora general del Ministerio de Igualdad y demás etcéteras que preside Irene Montero para criticar el componente sexista generado por la división de roles en los juguetes. Otra vez la monserga de los juguetes bélicos y las muñecas como génesis de las plagas de Egipto de la sociedad moderna. En su opinión, el rosa que acompaña a muchos juguetes asociados con las niñas es un color excluyente que ya desde la más tierna infancia las margina de la ciencia y la tecnología, condenándolas a un futuro embrutecedor de dama de las camelias. Una ministra defiende que se pase de curso con todos los cates del mundo, extendiendo la condición de maría que antaño valía para la Gimnasia, la Religión y la Formación para el Espíritu Nacional a los áridos territorios de las integrales y los polinomios; y otra critica el sexismo incipiente de la industria del juguete por frenar el surgimiento de futuras Marie Curie cerrándoles el paso al territorio de las ciencias. Como este Gobierno presidido por un marciano tiene a un astronauta como ministro de Ciencia, Pedro Duque debería procurar que se pusieran de acuerdo los discursos de las ministras de Educación e Igualdad, Celaá y Montero. Las matrículas son de los coches; los sobresalientes, toreros que esperan una oportunidad; los notables, duques en bancarrota. El aprobado y el suspenso los separa una tenue línea roja como la que separaba las Ciencias de las Letras. Si Garcilaso viviera yo sería su escudero. Qué buen ingeniero era.

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