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La tribuna

abel Veiga

Se acabó el entreacto

HA sobrado representación en las Cortes. Quizás mejor, sobrerrepresentación. Sarcasmo, ironía, retranca, soberbia, onanismo intelectual, jactancia, arrogancia, insultos. Las artes de la dialéctica mediocre. Pero es lo que hay. La normalidad de la calle instalada en el hemiciclo. Gestos, formas, maneras, acusaciones, reproches. Desde Guisando hasta Lasa y Zabala, y es que ya se sabe, todo, la semana que viene. El beso, la estulticia de la idiocia. Con ello, se ahogan titulares, porque en este país nos apoltronamos en la superficialidad, jamás en la esencia ni en el nervio de las cosas importantes.

Pero también se ha escenificado una realidad. Un nuevo tiempo que trata de asomar. Nuevas caras. Juventud. Descaro. En frente, la experiencia indómita de quien tiene y atesora tablas parlamentarias. Aquello del viejo y del zorro. Se trata de supervivencia política pero también de instinto. Hay más instinto que incienso en la catedral de la democracia. Un mestizaje impostado dado que las ideologías hoy valen lo que valen, nada o casi nada. Sí el oportunismo y sentido de la oportunidad. También el de la poltrona.

Tanto Sánchez como Rivera han pensado en las próximas elecciones. Tanto Rajoy o el Partido Popular como Podemos piensan en las próximas elecciones. El debate de investidura, las contestaciones y las réplicas lo han sido en clave electoral. En esa segunda vuelta que parece irreversible en unos meses. Ambos, el aspirante y su aliado de investidura necesitan marcar terreno y posición en el tablero de la izquierda y el centro derecha ante Podemos y los populares. Han tratado de cobrarse una pieza mayor, Mariano Rajoy, haciendo un guiño al partido para que aparte o defenestre al líder. Un partido donde algunos lo piensan e insinúan pero donde todos callan. Pero nadie es quién para entrometerse en la vida o casa ajena sin limpiar antes la suya. No se trata de valentía ni de cortar por lo sano de un partido con su líder, como insinúa el novel político, sino de marcar la posición de su propia formación. Los nuevos vienen para quedarse y quieren el espacio de los clásicos. Vienen con hambre atrasada, como la canción de Aute. Con ambición, con descaro y sin sonrojo alguno.

La representación rozó tintes de tragicomedia. De intensidad pero también de visceralidad, sobre todo de un Pablo Iglesias echado definitivamente al monte de la demagogia y la provocación. Le gusta el espectáculo, el titular, ser protagonista. Lo había dicho su mentor, su pecado, la soberbia intelectual. Sabe golpear en el hígado político. Aprovecha cualquier resquicio, toda oportunidad. Ataca como el mastín al cuello sin soltar la presa. Sin darle aliento. Sobreactúa y se relame creyéndose triunfador. Él que jugaba a ser vicepresidente y nombrar seis ministros en su imaginario provocador y altanero para descarriar lo que queda de aquella socialdemocracia que una vez fue.

Rivera se cree y se crece en su papel. Educado pero osado ha atacado con dureza al aún presidente. Demasiada y exagerada. Vehemencia en estado puro. Sabe que ha corrido muchos riesgos al firmar con el socialista el acuerdo de investidura fallida. Se ha posicionado pero también pendulado desde la noche electoral. Pretende erigirse como el nuevo Suárez de este tiempo, pero el ex presidente fue casi como el Cid Campeador, que cabalgó después de muerto. El de Cebreros lo hizo después de ser ex presidente, a mediados de los noventa cuando España, esta vez sí, reconoció en vida la labor titánica y humana de aquel hombre. Pero Rivera todavía es un político por hacerse.

Estaba visto. Sánchez tuvo los votos que sabía iba a tener. A partir de ahora hay dos meses de plazo para conseguir apoyos suficientes para otro u otros debates de investidura si el Jefe del Estado así lo propone o ir a elecciones. Acuerdos imposibles. Llevar a la realidad el mandato de las urnas sólo parece posible resolverlo a través de unas nuevas elecciones allá para finales de junio. Y si la incertidumbre ha presidido éstas, aquéllas también lo serán. Derecha e izquierda de Pedro Sánchez no ha ocultado la absoluta falta de empatía con el candidato. La imposibilidad de todo puente y acercamiento. Los populares no aceptarán nada que no suponga un popular en La Moncloa.

El camino hacia una nueva confrontación electoral está expedito. Un pacto de sólo la izquierda con la abstención independentista sería el suicidio absoluto no de Pedro Sánchez, que hoy salva la cara, sino del socialismo.

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