¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

El alacrán

EXISTE una ley política que, últimamente, se cumple inexorablemente en España: mientras más escándalos le explotan en las manos a Rajoy más crece en las encuestas electorales. Ante esta realidad se puede reaccionar de dos formas distintas: insultar airadamente al electorado, como ya hizo nuestro progresismo mediático en el referéndum del Brexit (uno de los casos de histeria intelectual colectiva más llamativo de los últimos tiempos) o intentar comprender las razones por las que la sociedad española se empeña sistemáticamente en apoyar -aunque sea por la mínima- a un partido que, actualmente, carece de cualquier atractivo. En una tribuna publicada por este periódico tras las elecciones del 6 de junio, el profesor de Derecho Constitucional Víctor J. Vázquez daba una de las claves fundamentales: el PP se ha convertido en el partido alfa de las clases medias, el único que les puede garantizar seguridad en unos momentos de gran incertidumbre. Es lo bueno que tiene ser un señor aburrido y previsible como Rajoy. Los tipos divertidos, intrépidos y soñadores están bien para una noche de farra, pero no para confiarle la comandancia de las pesetas.

Las llamadas fuerzas de progreso -PSOE, Podemos e IU- están captando un voto claramente ideológico y movilizado, pero no logran arrancar un sólo sufragio a esa España "gris" y "comodona" que prefiere prosperar a soñar. A estas alturas, parece claro que Pedro Sánchez es ya un cadáver político que se mueve por imperativo biológico, como los rabos de las largartijas, y que Pablo Iglesias ha decidido prescindir del maquillaje socialdemócrata para entregarse con fervor a su papel de tribuno de la plebe. Con tal panorama, sin un centroizquierda que pueda captar la atención y el voto de las clases medias -eso que antiguamente conocíamos como pequeña burguesía-, el PP tiene expedito el camino hacia una victoria en bucle.

Probablemente, la mayoría de los españoles prefieren ver a Soria en el Banco Mundial que a Otegi sentado en las instituciones. Al fin y al cabo, las travesuras fiscales (por ahora nadie ha demostrado que haya existido un delito) son más perdonables que los tiros en la nuca. Esto es lo que debería de una vez por todas entender Pablo Iglesias si de verdad se quiere convertir en una alternativa de poder. Pero, probablemente, nunca lo haga, porque a buena parte de la izquierda española le ocurre lo que al alacrán de la fábula atribuida a Esopo, que prefiere el suicidio a comprender la complejidad impura de la realidad.

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