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Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

El arte de la ausencia en Sevilla

La hiperactividad social convierte a ciertos personajes en personajillos y devalúa la asistencia a los actos Sevilla, la ciudad donde nada es fijo

Calle de Sevilla

Calle de Sevilla / (Sevilla)

Qué horror eso de contemplar las mismas caras de siempre en todos los actos. No me digan que no están fatigados de comprobar cómo se repiten los rostros en conferencias, presentaciones y saraos varios. Usted se hace preguntas tal vez en la intimidad de su hogar.¿Estos señores cuándo comen en su casa? ¿Cuándo se sientan en el salón a ver el telediario o cómo hacen para sufragar tantísimos regalos de boda? En Sevilla hay quienes desarrollan una hiperactividad social que resulta llamativa. En tiempos ya superados eran mayoría las fichas de alumnos que en la profesión de su madre decían eso hoy tan antiguo de “ama de casa” o “sus labores”. Ahora se podría leer de muchos de ellos y ellas algo parecido:“Sus actos sociales, civiles, militares y religiosos”. Nada tan difícil como practicar el arte de la ausencia, casi tanto como el del silencio. Con lo elocuente, expresivo y la fuerza que tiene un silencio... Un silencio puede estar cargado de crueldad, indiferencia y rechazo. Que se lo pregunten a un torero que ha terminado la faena, se está lavando las manos mientras el mozo le ofrece la toalla del hotel y del público no recibe más que indiferencia. ¿Y la ausencia?Hay gente que no puede reprimir acudir a todas las invitaciones, algunas absurdas por forzadas. ¿Cuándo trabajan? Debe ser que su oficio consiste en eso, en acudir a esos actos sociales, civiles, militares y religiosos. Rematan todos los balones, asisten a actos a los que ni siquiera han sido invitados, buscan cualquier pretexto para en el fondo no estar en casa...

Los actos que triunfan en esta ciudad son aquellos en los que hay gente que se queda fuera. Nada más devaluado que una jornada de puertas abiertas. Y por supuesto hay que fijarse más en los ausentes que en los presentes. La sobreexposición devalúa al personaje de turno y lo convierte en personajillo, cuando no en motivo de mofa. Hay que recordar aquello de Juan Ramón:“Inteligencia, dame el nombre exacto de las cosas...”. Y hacerlo en clave local:“Inteligencia, dame la proporción precisa para estar donde solamente hay que estar”. No hay nada como esos corrillos al comienzo de un acto cuando los cuchicheos ponderan la presencia de alguien en particular. “Esto debe ser muy importante porque encima ha venido hasta con su mujer”. Hay sitios a los que no se debe ir, foros en lo que no se debe estar. Y a ser posible que se note que uno no ha estado. Hay bullas en las que no se gana nada y encima se puede perder la cartera. Hay tiovivos de los que no se debe ser caballito. Ni yegua. La clave no está en los presentes, sino en los ausentes. Cada vez más.

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