Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La vía es (por ahora) andaluza
Alonso de Fonseca y Ulloa (Fonseca I) nace hacia 1415 en la hermosa localidad zamorana de Toro, accediendo joven al obispado de Ávila y en 1454 al arzobispado de Sevilla, donde nombra deán a su sobrino Alonso de Fonseca y Acevedo (Fonseca II). Hombre de rancio abolengo, elevada formación y protector de las artes y las letras, actuaría durante largo tiempo como consejero del rey castellano-leonés Juan II y de su hijo Enrique IV, de quien sería capellán mayor. Participa activamente en el gobierno de Castilla como privado de este último junto al marqués de Villena e interviene de mediador en el Pacto de los Toros de Guisando entre el rey y su hermanastra Isabel, aunque más tarde sería defensor a ultranza de los legítimos derechos al trono de Juana la Beltraneja.
La sede arzobispal de Santiago de Compostela queda vacante en 1460, y Fonseca I mueve los hilos apostólicos y cortesanos para que sea ocupada por su sobrino ese mismo año. El nuevo mitrado compostelano se inmiscuye de modo flagrante en unas luchas intestinas gallegas que no puede dominar, poniendo en peligro el poder episcopal y su silla catedralicia. Para solucionar el grave problema, su tío le ofrece una permuta temporal entre las sedes de ambos, administrando el viejo arzobispo la de Santiago y el joven la hispalense durante un par de años. Como suele ocurrir por estos pagos, Fonseca II se enamora al pronto de la atractiva capital del Guadalquivir y, cuando se le propone la restitución a su legítimo dueño de la mitra hispalense y su regreso a Galicia, se niega a salir de su amada ciudad. El arrebato del advenedizo fue tal que sería necesaria una intervención del papa Pío II y una maniobra intimidatoria promovida por Enrique IV para doblegar la resistencia del sobrino insumiso, que se había hecho fuerte en la catedral sevillana apoyado por parte del patriciado y del común urbano.
El triste acontecimiento eclesiástico que hace enfrentar al poderoso arzobispo protector y a su desagradecido familiar, quien queda prendado de los bienes terrenales y espirituales de la urbe andaluza, se graba en la memoria colectiva y surge entonces un refrán popular que resume dicho suceso: “Quien se fue de Sevilla, perdió su silla”. Puede interpretarse en el sentido de que una persona puede encontrarse con dificultades cuando intenta recuperar algo que ha abandonado y que otros muchos aman. La lapidaria sentencia se vería modificada a lo largo de los siglos y usada en ocasiones de forma arbitraria como “Quien se fue a Sevilla, perdió su silla”, lo cual me parece muy poco consecuente, pues qué se puede desear más que permanecer el mayor tiempo posible en una de las ciudades más bonitas y acogedoras del mundo... Alonso de Fonseca y Ulloa descansa eternamente en la iglesia parroquial de su villa patrimonial segoviana de Coca, y Alonso de Fonseca y Acevedo sigue suspirando por su querida Sevilla desde el hoy deshabitado convento de monjas ursulinas de la Anunciación en Salamanca.
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