Coge el dinero y corre

fede / durán

La bicefalia del 'kerdos'

EN en el siglo XVII, Thomas Hobbes comprendió los beneficios morales del miedo. Al constituirse en Estado, una amalgama de individuos mejor o peor relacionados aparcaba el terror atávico a una muerte violenta para instituirla sólo en función del extrarradio rojo de la ley. La horca o la guillotina, la lapidación o la gota malaya se reservaban al infractor, al delincuente, al potro salvaje. La ausencia de semejante mecanismo es la que mejor explica el árido y acartonado oeste del superliberalismo capitalista. Fue la ausencia de controles, aún notoria, la que permitió el crecimiento de una burbuja financiera que después devino inmobiliaria y que, en España, todavía se cobra cadáveres. ¿Por qué actuaron como actuaron quienes estaban detrás del glóbulo tóxico? Sencillamente, porque sabían que tras sus maniobras, por malvadas que fuesen, no es escondía la amenaza de un severo castigo.

Ahora imaginemos que el 26 de junio de 1963 (o en cualquier momento antes del 5 de noviembre de 1997), ich bin ein berliner es la frase que pronuncia no John F. Kennedy sino Isaiah Berlin. La frase ya no haría referencia al gentilicio sino a la persona, y ésta a la libertad negativa, que era la que defendía nuestro filósofo, politólogo e historiador en contraposición a esas otras libertades utópicas pregonadas por el comunismo antes de convertirse en el mayor fiasco ideológico de la historia. Berlin era partidario de ensancharle el campo a los hombres siempre que esos mismos hombres no pisoteasen, en su febril afán expansivo, a los demás. De nuevo un planteamiento ausente en los orígenes de la crisis económica mundial.

Demos un volantazo temporal y enfilemos hacia Tucídides, quien hace aproximadamente veinticuatro siglos apuntó que el miedo (helo ahí otra vez), el interés personal y el honor motivan la naturaleza humana. Entre las fieras del sistema los valores uno y tres (phobos y doxa, en griego clásico) han caído en picado ante el empuje del kerdos, el interés personal, transformado con la corporatocracia en una suma de intereses difusos bajo una única careta inerte, la de la marca, tan incontestable y poderosa que no existe hoy duda alguna respecto a su dominio, ubicándonos en consecuencia en lo que Fouad Ajami denomina la suave intolerancia de las bajas expectativas.

Pero la humanidad siempre se transforma, y el reparto de poderes a menudo se redistribuye, aunque sea transitoria y lampedusianamente. Quizás estemos hoy ante una de esas antesalas en las que el rey sigue sin saberse desnudo cuando en las calles todos gritan sus cicatrices. El rey es el binomio poder político-económico, la bicefalia del kerdos, y está olvidando las inercias de arrastre del realismo. Ninguna estructura sobrevive sin contar con las piezas que la componen. Por minúsculos que sean, los tornillos sostienen el tonelaje. Metrópolis, Fritz Lang, 1927.

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