el poliedro

José / Ignacio Rufino

El bienio de la zanahoria

Los recortes y palos al bolsillo del votante se arrean al principio de la legislatura; ahora empieza la manga ancha en el gasto público

CUANDO decimos que la democracia es el menos malo de los sistemas políticos, esto debe incluir una consideración esencial: es en la cercanía de las elecciones cuando nuestros gobernantes se vuelven más dicharacheros, más optimistas y más generosos. Por contra, en los -digamos- dos primeros años de legislatura, el presidente (alcalde, diputado) se muestra más castigador y más férreo, una vez que nada más aterrizar a la sede del poder haya cumplido dos o tres promesas ineludibles -muchas son...- tras haberlas prometido en cada mitin electoral con renovado ímpetu. El programa electoral es demasiadas veces un blandiblú mantecoso en el que se emporcan los buenos deseos que nunca se cumplirán, incluso los que serán abortados prematuramente. No debemos desprestigiar el menos malo de los sistemas por esto. Es cosa de aceptarlo como una regla del juego, aunque apeste un poco. Hay pestes mayores.

Ahora, tanto en el plano nacional como en el autonómico, los gobernantes están atrapados en medio del laberinto de los caminos de la acción de gobierno y los atajos de la mano ancha benéfica y pelotillera de las elecciones detrás de la esquina. Ése es el juego, háganlo.

En el caso de los dos gobiernos en curso, el de Madrid y el de Andalucía, resulta comprensible pero algo patético -¿hay algo más patético que un encendido mitin electoral en el que un tipo falsamente emocionado y vociferante le grita cosas a un auditorio que va a aplaudir cuando toque aunque le hablen en filipino?- que de pronto hayamos superado la crisis, que de pronto estemos creando empleo, que de pronto nuestro riesgo-país se haya volatilizado. O los equivalentes indicadores regionales sujetos a la acción de la Junta.

Resulta comprensible por lo antes dicho acerca de los dos tramos legislativos propios de las democracias: dos años de palo, dos años de zanahoria. Ahora llega el bienio de la zanahoria. Yo, qué quieren que les diga, no lo veo menos democrático, quizá incluso al contrario, dada la predominancia de los legisladores exteriores, que no son votados por los españoles ni nunca lo serán.

Ahora, tras las tremendas subidas de la presión fiscal recientes sobre los ciudadanos para cuadrar un presupuesto tocado de anemia con la austeridad a borbotones impuesta desde el exterior, viene la laxitud en el castigo. El IRPF que ahora debe liquidar cada español no ha sido muy cruel: nada de tocar la deducción por préstamo hipotecario o de subir el IVA o ese tipo impositivo de ese tramo de renta. No es el momento de ser rigurosos a riesgo de perder decenas de miles de votos en una medida impopular. Ahora se relaja la tensión fiscal en los gastos, y no se tocará a colectivos numerosos y sensibles, como el de los funcionarios. La gran bolsa electoral de los pensionistas será tratada con mimo. No se escucharán las exigencias de mayor libertad contractual que hacen con mayor o menor lógica y buen gusto los representantes empresariales. Ahora asistimos a una especie de relax fiscal por el lado del gasto y un poco también de los ingresos. Los recortes y los palos al bolsillo del votante se arrean al principio de la legislatura, confiados a que tales medidas se demuestren útiles a pesar del dolor producido... o al menos se pierdan tras un par de ejercicios en el proceloso océano de la memoria del ciudadano herido. Ese mayor esfuerzo de gasto e ingreso públicos es una versión artera del keynesianismo que buscaba multiplicar el consumo mediante el incremento del gasto público. Un keynesianismo de fullería y urgencia electoral. Tan falso como la austeridad responsable de los primeros años del político en el poder, que no depende tanto del programa electoral como del juego de fuerzas que gobierna de facto una España cuya economía es preocupante para otros países más poderosos que el nuestro. Es el momento de usar la pólvora del rey. Bien está, si medio bien acaba para la gente. No es triste ni sucia esta verdad, lo que no tiene es remedio.

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